La izquierda española, representada mayoritariamente por el PSOE, sigue aún instalada en el sectarismo más arcaico de que hacían gala Pablo Iglesias, fundador del partido y Francisco Largo Caballero. La transformación cultural de España es una de las principales pretensiones de los socialistas españoles, pretensión que han sabido mantener viva a lo largo de toda su historia, a pesar de las distintas vicisitudes con que se han visto afectados. Se trata, ante todo, de descristianizar nuestra cultura, destruyendo de una vez por todas, en frase de Rodríguez Zapatero, los efectos perversos que han introducido en ella los 2000 años hegemónicos de la Iglesia Católica.
Ese intento de descristianización de España recibe un nuevo impulso con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno. Las huestes de izquierdas, que se autodenominan progresistas, buscan la manera rápida de subvertir los valores tradiciones de nuestra historia, eliminando de ella cualquier referencia al cristianismo, para implantar de una vez el laicismo más estricto y el relativismo moral más absoluto. La laicidad pasaría a ser la nueva religión del Estado y la única garantía de nuestras libertades y de todos los valores que, según los integrantes de esa fuerza política, ha cercenado la religión tradicional. Para lograr semejante propósito e imponer sus ideas, los socialistas saben que deben destruir previamente la familia tradicional española y, como no, la unidad de España.
Saben de sobra que la familia tradicional es el principal inconveniente con que se encuentra el Gobierno para implantar su nueva moral relativista. De ahí que Zapatero, una vez investido presidente, decida sustraer a la familia, como primera medida, todo derecho sobre la formación de los hijos. Esa formación en materia moral pasa a manos del Estado y la ejerce de manera totalitaria, imponiendo a niños y adolescentes la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía. Y para que el adoctrinamiento alcance a todos los niveles de la Educación Primaria y Secundaria sin excepción, Zapatero intentará privar a los padres del derecho constitucional a ejercer oportunamente la objeción de conciencia contra semejante asignatura.
No contento el Gobierno socialista con la formación sectaria de las nuevas generaciones en esa moral laica, se esfuerza por destruir hasta los cimientos de la familia tradicional. Para ello, Zapatero trata de reinventar un nuevo ser humano, radicalmente diferente del hombre que hemos conocido hasta ahora. Un hombre que no esté sujeto a las servidumbres tradicionales que le obligan a ser hombre o mujer, a ser un mero portador de derechos y a seguir unos comportamientos culturales arcaicos, que le empequeñecen y le esclavizan de manera inapelable. Como Nietzsche con su superhombre, Zapatero pretende introducir una nueva realidad humana, situada mucho más allá del ser humano real y que dependa exclusivamente de su propia voluntad.
Según este proyecto cultural laicista, la maternidad no es un hecho natural, es algo ideado a costa de la mujer y sin contar con ella, para favorecer esa idea trasnochada de la familia. El mismo instinto maternal no es más que un mito, inventado para relegar y confinar a las mujeres a una mera función reproductiva. Según las enseñanzas que se imparten en alguno de los manuales de Educación para la Ciudadanía, los hombres y las mujeres son absolutamente iguales. Afirmar lo contrario es dar la espalda a la realidad y dejarse llevar por creencias culturales inventadas y por lo tanto radicalmente falsas. Los roles sexuales, según esta asignatura son estereotipos culturales y simples prejuicios sexistas que vienen determinados por los usos y costumbres de una época determinada y por lo tanto susceptibles de modificarse si así lo quieres.
Una semblanza de semejante simpleza quedó reflejada en el Anteproyecto de Ley del nuevo Registro Civil del 8 de enero de 2010, y responde a la filosofía marcada en la asignatura Educación para la Ciudadanía. Con esta nueva normativa, se borran de un plumazo dos de las principales bases naturales del matrimonio como es la complementariedad y la estabilidad tradicionales y reincorpora a la familia matrimonial otros tipos de agrupaciones humanas, como es el matrimonio homosexual. No contentos con esto, suprimen del Registro Civil las figuras seculares del padre y de la madre e introducen otros términos sumamente pintorescos y ridículos como los de progenitor A y progenitor B.
Otra barrera prácticamente infranqueable para los sueños laicistas de Rodríguez Zapatero es la unidad de España. Pues no podemos olvidar que España, su unidad y los vínculos que la articulan y la estructuran, tiene raíces católicas. Y, querámoslo o no, es indisociable de esos cimientos cristianos. No tiene explicación posible la convivencia colectiva de España, ni su cultura, ni su arte, sin la sombra de Roma y de la cruz. La propia identidad histórica de España, su papel estelar en el descubrimiento, la evangelización y la colonización de América sería totalmente incomprensible al margen de la religión cristiana. Si Zapatero y sus acólitos logran poner fin a tan prolongada unidad, erradicar cualquier vestigio religioso de la vida española es ya algo sumamente sencillo.
Para lograr dividir a España y a los españoles, Rodríguez Zapatero utiliza dos caminos diferentes: subvertir la idea clásica de nación por un lado, y por otro enfrentar bellacamente a unos españoles contra otros con la nefasta Ley de la Memoria Histórica. Para alterar el concepto de nación, se dedicó con toda urgencia a vaciar de contenido la Constitución de 1978, promoviendo intencionadamente la renovación de los estatutos de autonomía. Un ejemplo claro lo tenemos en el Estatuto de Cataluña, que fue aceptado y bendecido entusiásticamente por el presidente del Gobierno. Con este Estatuto, se invalidan varios supuestos de la Constitución española, desaparecen prácticamente todas las competencias exclusivas del Estado y, todo ello, sin acudir a la preceptiva consulta de los ciudadanos. La Nación es para Zapatero, ya lo sabemos, un “concepto discutido y discutible”.
Con la Ley de Memoria Histórica se busca la ruptura unilateral del consenso que dio origen a la actual democracia y, a la vez, se pretende sustituir y alterar unos hechos determinados para buscar una nueva legalidad. Para Zapatero, esa legalidad se encuentra en la Segunda República, y nos la presenta como el precedente inmediato de la democracia y donde se legitima plenamente nuestra historia actual. Fue la sinrazón de una clase poderosa la que cercenó aquel proyecto ejemplar en el que primaban las libertades. El remate a esta obra de ingeniería social emprendida por Zapatero para la descristianización de España, vendría de la mano de otras dos nuevas leyes, la Ley de Igualdad de Trato y contra la Discriminación y la Ley de Libertad Religiosa. Con estas leyes, no podríamos criticar los dogmas establecidos por la ideología de género, ni tan poco podría nadie hacer manifestaciones públicas de su fe religiosa.
Gijón, 23 de febrero de 2011
José Luis Valladares Fernández