lunes, 28 de febrero de 2011

IMPOSICIÓN SECTARIA DEL LAICISMO

La izquierda española, representada mayoritariamente por el PSOE, sigue aún instalada en el sectarismo más arcaico de que hacían gala Pablo Iglesias, fundador del partido y Francisco Largo Caballero. La transformación cultural de España es una de las principales pretensiones de los socialistas españoles, pretensión que han sabido mantener viva a lo largo de toda su historia, a pesar de las distintas vicisitudes con que se han visto afectados. Se trata, ante todo, de descristianizar nuestra cultura, destruyendo de una vez por todas, en frase de Rodríguez Zapatero, los efectos perversos que han introducido en ella los 2000 años hegemónicos de la Iglesia Católica.

Ese intento de descristianización de España recibe un nuevo impulso con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la presidencia del Gobierno. Las huestes de izquierdas, que se autodenominan progresistas, buscan la manera rápida de subvertir los valores tradiciones de nuestra historia, eliminando de ella cualquier referencia  al cristianismo, para implantar de una vez el laicismo más estricto y el relativismo moral más absoluto. La laicidad pasaría a ser la  nueva religión del Estado y la única garantía de nuestras libertades y de todos los valores que, según los integrantes de esa fuerza política, ha cercenado la religión tradicional. Para lograr semejante propósito e imponer sus ideas, los socialistas saben que deben destruir previamente la familia tradicional española y, como no, la unidad de España.

Saben de sobra que la familia tradicional es el principal inconveniente con que se encuentra el Gobierno para implantar su nueva moral relativista. De ahí que Zapatero, una vez investido presidente, decida sustraer a la familia, como primera medida, todo derecho sobre la formación de los hijos. Esa formación en materia moral pasa a manos del Estado y la ejerce de manera totalitaria, imponiendo a niños y adolescentes la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía.  Y para que el adoctrinamiento alcance a todos los niveles de la Educación Primaria y Secundaria sin excepción, Zapatero intentará privar a los padres del derecho constitucional a ejercer oportunamente la objeción de conciencia contra semejante asignatura.

No contento el Gobierno socialista con la formación sectaria de las nuevas generaciones en esa moral laica, se esfuerza por destruir hasta los cimientos de la familia tradicional. Para ello, Zapatero trata de  reinventar  un nuevo ser humano, radicalmente diferente del hombre que hemos conocido hasta ahora. Un hombre que no esté sujeto a las servidumbres tradicionales que le obligan a ser hombre o mujer, a ser un mero portador de derechos y a seguir unos comportamientos culturales  arcaicos, que le empequeñecen y le esclavizan de manera inapelable. Como Nietzsche con su superhombre, Zapatero pretende introducir una nueva realidad humana, situada mucho más allá del ser humano real y que dependa exclusivamente de su propia voluntad.

Según este proyecto cultural laicista, la maternidad no es un hecho natural, es algo ideado a costa de la mujer y sin contar con ella, para favorecer esa idea trasnochada de la familia. El mismo instinto maternal no es más que un mito,  inventado para relegar y confinar a las mujeres a una mera función reproductiva. Según las enseñanzas que se imparten en alguno de los manuales de Educación para la Ciudadanía, los hombres y las mujeres son absolutamente iguales. Afirmar lo contrario es dar la espalda a la realidad y dejarse llevar por creencias culturales inventadas y por lo tanto radicalmente falsas. Los roles sexuales, según esta asignatura son estereotipos culturales y simples prejuicios sexistas que vienen determinados por los usos y costumbres de una época determinada y por lo tanto susceptibles de modificarse si así lo quieres. 

Una semblanza de semejante simpleza quedó reflejada en el Anteproyecto de Ley del nuevo Registro Civil del 8 de enero de 2010, y responde a la filosofía marcada en la asignatura Educación para la Ciudadanía. Con esta nueva normativa, se borran de un plumazo dos de las principales bases naturales del matrimonio como es la complementariedad y la estabilidad tradicionales y reincorpora a la familia matrimonial otros tipos de agrupaciones humanas, como es el matrimonio homosexual. No contentos con esto, suprimen del Registro Civil las figuras seculares del padre y de la madre e introducen otros términos sumamente pintorescos y ridículos como los de progenitor A y progenitor B. 

Otra barrera prácticamente infranqueable para los sueños laicistas de Rodríguez Zapatero es la unidad de España. Pues no podemos olvidar que España, su unidad y los vínculos que la articulan y la estructuran, tiene raíces católicas. Y, querámoslo o no, es indisociable de esos cimientos cristianos. No tiene explicación posible la convivencia  colectiva de España, ni su cultura, ni su arte, sin la sombra de Roma y de la cruz. La propia identidad histórica de España, su papel estelar en el descubrimiento, la evangelización y la colonización de América sería totalmente incomprensible al margen de la religión cristiana. Si Zapatero y sus acólitos logran poner fin a tan prolongada unidad, erradicar cualquier vestigio religioso de la vida española es ya algo sumamente sencillo.

Para lograr dividir a España y a los españoles, Rodríguez Zapatero utiliza dos caminos diferentes: subvertir la idea clásica de nación por un lado, y por otro enfrentar bellacamente  a unos españoles contra otros con la nefasta Ley de la Memoria Histórica. Para alterar el concepto de nación, se dedicó con toda urgencia a vaciar de contenido la Constitución de 1978, promoviendo  intencionadamente la renovación de los estatutos de autonomía. Un ejemplo claro lo tenemos en el Estatuto de Cataluña, que fue aceptado y bendecido entusiásticamente por el presidente del Gobierno. Con este Estatuto, se invalidan  varios supuestos de la Constitución española, desaparecen prácticamente todas las competencias exclusivas del Estado y,  todo ello, sin acudir a la preceptiva consulta de los ciudadanos. La Nación es para Zapatero, ya lo sabemos, un “concepto discutido y discutible”.

Con la Ley de Memoria Histórica se busca la ruptura unilateral del consenso que dio origen a la actual democracia y, a la vez,  se pretende sustituir y alterar unos hechos determinados para buscar una nueva legalidad. Para Zapatero, esa legalidad se encuentra en la Segunda República, y nos la presenta como el precedente inmediato de la democracia y donde se legitima plenamente nuestra historia actual. Fue la sinrazón de una clase poderosa la que cercenó aquel proyecto ejemplar en el que primaban las libertades. El remate a esta obra de ingeniería social emprendida por Zapatero para la descristianización de España, vendría de la mano de otras dos nuevas leyes, la Ley de Igualdad de Trato y contra la Discriminación y la Ley de Libertad Religiosa. Con estas leyes, no podríamos criticar los dogmas establecidos por la ideología de género, ni tan poco podría nadie hacer manifestaciones públicas de su fe religiosa.

Gijón, 23 de febrero de 2011

José Luis Valladares Fernández

miércoles, 23 de febrero de 2011

¿HUMILDAD O ALTANERÍA MESIÁNICA?

La mejor definición de la humildad, la más simple y sumamente profunda, la encontramos en Las Moradas de Santa Teresa de Jesús.  “La humildad es andar en verdad”, dice la santa abulense, que es tanto como decir que es la sabiduría de lo que somos. La humildad así entendida es una virtud cristiana y, como tal, viene a ser el fundamento imprescindible de la moral de los que practican esta religión. Pero Zapatero, que no comulga precisamente con esa doctrina, seguro que está más de acuerdo con la explicación de Nietzsche. Para Nietzsche, en efecto, la humildad no significa más que una bajeza, una debilidad de instintos propia de quienes se dejan llevar por una moral de esclavos. 

El pasado día 13, en la clausura de la Convención Municipal que el PSOE celebraba en Sevilla, Zapatero trata de reactivar la moral de los suyos abusando de esa altanería mesiánica que le caracteriza. Aún  no está escrito, dijo, el resultado de las elecciones municipales y autonómicas del próximo 22 de mayo. Y añadió muy ufano: "El PP está convencido de que va a ganar de calle las elecciones Se les olvida solo una cuestión que yo tengo presente cada minuto: para ganar unas elecciones hay que merecerlo”. El Partido Popular no ha hecho ningún mérito que le haga acreedor a semejante victoria, ya que apenas ha dedicado tiempo y esfuerzo a analizar los graves problemas que amenazan a nuestro Estado de bienestar. 

En cambio, sí se merece esa victoria, faltaría más, Rodríguez Zapatero y de rebote el PSOE. Y es precisamente la humildad la que le da derecho a seguir contando con el beneplácito de los ciudadanos.  Pues, como él mismo dice, saldrá a la calle “con humildad y asumiendo los errores” para explicar que las reformas hechas eran absolutamente necesarias para seguir contando con una protección social eficaz. El PSOE,  al igual que él, merece esa victoria porque, a pesar de la crisis, ha sabido mantener sus señas de identidad mejorando notablemente el Estado de bienestar y la igualdad. Por eso pide a sus futuros alcaldes que, de cara a las elecciones del 22 de mayo, centren toda su campaña en la promoción del empleo, "y que no sea una campaña de rifirrafe, porque no es lo que necesita España. Este país necesita acuerdos, propuestas, seriedad, trabajo y rigor".

Pero la humildad del presidente del Gobierno no fue más allá. Al igual que hubiera hecho el superhombre que Mnos describe Nietzsche, Rodríguez Zapatero sacó a relucir inmediatamente su apabullante altivez, para ahogar en el acto ese oscuro gesto de humildad apenas esbozado. Y comienzan las descalificaciones para sus adversarios políticos. El presidente del Partido Popular, Mariano Rajoy, no tiene cara de ganador, carece de ideas y de programas y utiliza siempre "cuatro o cinco palabras: la culpa es de Zapatero". No importa que se esté hablando del desempleo, de la crisis económica o de las cajas de ahorro. Acusa con toda crudeza al Partido Popular de dedicar muy poco tiempo y muy poco esfuerzo a esclarecer los problemas que nos acucian y añade: "ojalá pudiéramos tener con ellos ese contraste de ideas, pero cuando expresan su opinión es de medio lado. España siempre ha tenido una derecha muy original, no hay más que ver su trayectoria".

Como la cosa más natural, el jefe del Ejecutivo carga ásperamente contra el Partido Popular por pretender, dice, que su Gobierno hubiera adivinado la llegada de la crisis y medido anticipadamente su dimensión, cuando ni el Fondo Monetario Internacional supo hacerlo.  Zapatero no solamente no supo  prever la crisis; su ineptitud llegó hasta el extremo de no reconocerla cuando ya estaba haciendo estragos en nuestra economía. Su egolatría le incapacitó hasta para escuchar a Manuel Pizarro en aquel famoso debate preelectoral con Pedro Solbes, donde el ex presidente de Endesa describió perfectamente lo que estaba ocurriendo y avanzó con bastante exactitud la mayor parte de las vicisitudes económicas que hemos tenido que soportar. Este hecho le dio pie a Zapatero para llamar antipatriotas a los defensores de las tesis de Manuel Pizarro. 

Es ahora cuando el presidente del Gobierno  pide la colaboración de Rajoy, para poner orden en nuestra maltrecha economía, y se queja una y otra vez de que no arrima el hombro. Se olvida de que Mariano Rajoy se ha ofrecido,  al menos por tres veces,  a cooperar lealmente para salir con el menor daño posible de tan acuciante crisis. Entre esas tres ofertas claras de pacto de Estado, destaca la realizada en el debate de investidura. Habría que añadir igualmente gran cantidad de enmiendas y propuestas que, con idéntico fin, fueron  presentadas por el Partido Popular a lo largo de esta segunda legislatura. Pero como es lógico, un gran líder de masas como Rodríguez Zapatero, convencido de su papel relevante en la historia, rechazó frontalmente ese pacto aduciendo para ello simples “razones ideológicas”. En cuanto a las sucesivas enmiendas y propuestas han sido ignoradas sistemáticamente. 

Ante una perspectiva evidente de fracaso en las próximas elecciones de mayo, Zapatero recurre al victimismo y achaca todos los problemas económicos que padecemos a la arraigada insolidaridad de la derecha. Y no contento con esto, acude hasta la descalificación personal  de Rajoy. Para su pésima gestión, en cambio, todos son ditirambos y alabanzas desmesuradas. Ocurrencias tan desafortunadas y fallidas como la del Plan E, en el que se gastaron inútilmente más de 13.000 millones de euros entre 2009 y 2010, han servido, según dice Zapatero, para mantener a flote la economía española, renovando oportunamente buen número de infraestructuras y equipamientos. Con razón dijo Iñaki Gabilondo en La Sexta, después de la desilusión que llevó por el cierre inesperado de CNN+, que Zapatero “ha infravalorado la dificultad de algunas cosas y ha sobrevalorado su propia capacidad”.

El voluntarismo ciego e incontrolado que padece Zapatero, le ha llevado a presumir insolentemente de una ejemplar austeridad en el gasto que no practica en absoluto y a sobrevalorar sus iniciativas, como es el caso de la reforma laboral y la reforma de las pensiones. De la reforma de las pensiones llega a decir jactanciosamente que es “para hoy, para mañana, y para pasado mañana”. Y es que aquí, a pesar de su manifiesta ineficacia, aparece de nuevo su orgullo irredento y la altivez del superhombre de “Así habló Zarathustra”, para ahogar en el acto cualquier apariencia de humildad aún antes de nacer. “Pero, ¡qué le vamos a hacer!, José Luis Rodríguez Zapatero es así.

Gijón, 19 de febrero de 2011

José Luis Valladares Fernández

sábado, 19 de febrero de 2011

LOS IMPUESTOS Y LA CAIDA DEL CONSUMO


Tardó mucho  José Luis Rodríguez Zapatero en admitir que estábamos padeciendo una crisis económica. Estábamos a las puertas de un proceso electoral y no quería alarmar a los electores. Una vez pasadas las elecciones de marzo de 2008 ya comenzó a hablar de  una “coyuntura económica desfavorable", pero de muy poca importancia. Se trataba más bien de un bache, una simple desaceleración muy poco profunda, que en absoluto obstaculizaría la llegada a una situación “de pleno empleo técnico”. Después de más de un mes de celebradas las elecciones, el 28 de abril de 2008, aún criticaba duramente a los que decían que la crisis era muy grave. "La actitud de quienes exageran sobre el alcance de la actual situación económica –decía- es antipatriótica, inaceptable y demagógica".

Sin embargo tenían razón desgraciadamente los antipatriotas. Y al no aplicar a tiempo las medidas estructurales precisas, se produjo una fuerte caída de la actividad y, por lo tanto, del empleo. Ante el cariz que iba tomando  la crisis, cada vez más preocupante, el equipo económico del Gobierno intentó solucionar el problema aplicando los llamados estabilizadores automáticos que, en este caso  concreto,  desestabilizaron aún más nuestra economía. La intención sería buena, pero el  resultado no pudo ser más pernicioso. Para suavizar las perniciosas consecuencias  de la crisis, aplicaron sin más la tesis keynesiana, impulsando el gasto deficitario, llevándolo bastante por encima de los ingresos. Con esta nefasta iniciativa, además de disparar el gasto público, hunden irremediablemente los ingresos tributarios.

Con esta manera de actuar un tanto irresponsable, sucedió lo previsible, que aumentaran de manera alarmante los números rojos de las cuentas públicas. Con un 20% de la población en paro, con una gran cantidad de empresas que se ven obligadas a cerrar o que  apenas tienen beneficios y con el consumo prácticamente por los suelos, es normal que disminuyan los ingresos por IVA, por IRPF y, como es evidente, por el Impuesto de Sociedades, que son las tres fuentes principales que utiliza el Gobierno para financiarse. Dadas estas condiciones, es lógico que disminuya notablemente el montante recaudado, manteniendo invariable  el mismo tipo impositivo. Con otras palabras: lo que en realidad bajó en España es la recaudación, no los diversos tipos impositivos.

Al ver como van creciendo progresivamente los números rojos en las finanzas públicas, nuestro Gobierno ha comenzado a mirar con envidia al modelo económico y social escandinavo, cuyos países soportan sin problemas la presión fiscal más elevada del mundo.  Convencidos los miembros del Ejecutivo  español de que los impuestos altos no entorpecen en absoluto al crecimiento económico, comienzan a preparar el ambiente con la interesada falacia de que en España  se pagan pocos impuestos. Era el ministro de Fomento, José Blanco uno de los que más se desgañitaba, anunciando que los impuestos españoles eran “muy bajos” y que, por consiguiente, había que homologarlos necesariamente a la media europea.

El propio José Luis Rodríguez Zapatero marchaba al frente de la procesión y nos indicaba reiteradamente que si queríamos tener servicios similares a los de los alemanes o los suecos, teníamos que soportar los mismos esfuerzos  fiscales que ellos. El enfoque dado por el Ejecutivo a este problema es tremendamente demagógico, porque no es cierto que pagáramos menos impuestos en general que nuestros vecinos europeos. De hecho, en muchos casos ya estábamos pagando más. Tanto Zapatero, como José Blanco, y los demás miembros del Gobierno, comparaban intencionadamente nuestros tipos impositivos con los de aquellos países que tenían unos tipos claramente por encima de los nuestros, pero silenciaban las diferencias, a veces muy notables, entre el poder adquisitivo de ellos y el nuestro. 

Comparando nuestro poder adquisitivo  con el de la mayoría de países europeos, les ganamos sin duda alguna, pero en pobreza. De ahí que nuestro esfuerzo fiscal, diga lo que diga nuestro Gobierno, ya  estaba bastante por encima  de la media de la Unión europea, incluso antes de la última subida de impuestos.  Es cierto que, para medir el nivel de los impuestos, se utiliza normalmente la presión fiscal, que se obtiene dividiendo el total de lo recaudado por impuestos entre el PIB total del año de referencia. Según esto, la presión fiscal está en España por debajo de la media  de la Unión Europea. Según el último dato dado por la Oficina Europea de Estadística, nuestra presión fiscal estaba en el 33% del PIB, frente al 39,3% de media de la Comunidad Europea. Y esta es la variable utilizada por nuestro Gobierno para tratar de hacernos ver que nuestros impuestos son comparativamente muy bajos.

La presión fiscal es una variable ficticia que no sirve para fijar el auténtico nivel impositivo de un país.  Aunque no exento de inexactitud, el esfuerzo fiscal refleja más fielmente la realidad que la presión fiscal, ya que relaciona los tributos soportados por las personas con su capacidad impositiva. Se trata de ponderar la propia presión fiscal en función de la renta per cápita de las personas. Esto nos demuestra fehacientemente que a igual presión fiscal entre dos poblaciones diversas, la más pobre  estará sometida a un esfuerzo fiscal efectivo mayor. La variable del esfuerzo fiscal se adapta mucho más a la realidad que la presión fiscal, pues tiene en cuenta las posibilidades reales del ciudadano. 

Si Zapatero  y su Gobierno hubieran analizado detenidamente cual era el esfuerzo fiscal de los españoles en julio del pasado año, se darían cuenta de que no estábamos entre los últimos de la tabla. Verían que encabezábamos los primeros puestos de la lista, acompañados por Portugal y Grecia. Noruega, Dinamarca, Alemania y otros países afortunados van muy por  detrás de nosotros, porque son los que menos esfuerzo fiscal realizan. En estos países, es cierto, tienen unos impuestos altos, pero también lo son los salarios. Nuestro Gobierno, de aquella, optó por subir los impuestos, principalmente el IVA y la tributación sobre las rentas del capital, lo que, como estamos viendo, complicó aún más nuestra situación económica.

Esa subida de impuestos, acordada unilateralmente por el Gobierno, ha provocado prácticamente el colapso del consumo y no ha servido en absoluto para aumentar los ingresos del Estado. Tanto el consumo como los ingresos se recuperarán  cuando lo haga la actividad económica. Y evidentemente esto  no se consigue subiendo los tipos impositivos. Para lograrlo, necesitamos, en primer lugar, una reforma laboral profunda que garantice la flexibilización del mercado laboral y después, suprimir las pesadas cargas burocráticas que dificultan enormemente la creación de empresas. La subida de impuestos, piense lo que piense Rodríguez Zapatero y su equipo económico, no abre el camino a la recuperación. No hace falta ser un gurú de las finanzas para saber que la mejor receta para salir de la crisis actual, pasa por reducir los impuestos para que las familias dispongan de más dinero, restringir al máximo el gasto público y los inservibles planes de estímulo.

Es un auténtico disparate pensar que, por el mero hecho de aumentar los tipos impositivos, aumenta sin más lo recaudado. Las subidas de impuestos del pasado año, y más al coincidir con el recorte salarial a los trabajadores públicos y con el aviso de congelación de las pensiones, han servido para que las familias dispongan de menos dinero y en consecuencia se retraiga el consumo y reciba un nuevo impulso el desarrollo de la indigencia y la miseria. Los datos no pueden ser más elocuentes. Desde que comenzó a afectarnos la crisis económica allá por el año 2007, según datos publicados por la Oficina Europea de Estadística,   la inversión cae un 55%. El comercio minorista bajó en diciembre pasado un 5% con respecto al mismo mes de 2009, acumulando una caída del 15,50% desde el comienzo de la crisis.

Cada vez es más evidente el divorcio entre los grandes datos económicos como el PIB y el IPC y los datos parciales de nuestra economía. Mientras que el PIB español, según el Banco de España, cayó un 0,1% en 2010, los indicadores de consumo como éste, caen a tasas del 5%, la producción industrial un 0,3%, la construcción un 30,2% y la venta de automóviles un 24%. El gasto de los españoles en su conjunto, una vez descontada la inflación, ha caído el 30%, regresando éste a niveles de 1995. Y mientras las familias no dispongan de dinero, o bien porque mejoren sus salarios o porque reduzcan sus cargas impositivas, no se recuperará el consumo y por consiguiente nuestra economía continuará en la cuerda floja.

Gijón, 14 de febrero de 2011

José Luis Valladares Fernández

martes, 15 de febrero de 2011

¿SOMOS LOS TONTOS DE LA PELÍCULA?

No todos los socialistas utilizan el mismo método para implantar en la sociedad su credo ideológico. Los hay que van de frente y tratan directamente de universalizar su doctrina, como es el caso de los evolucionistas del partido, que fían la expansión en las oportunas reformas.  Por otro lado tenemos a los revolucionarios que intentan hacer exactamente lo mismo, pero de manera indirecta, ya que comienzan por destruir intencionadamente la economía que se basa en la propiedad privada de los medios de producción. Los primeros, para conseguir sus fines,  se valen de las nacionalizaciones o municipalizaciones progresivas de  empresas particulares.  Los segundos acuden sin miramientos a la revolución y, si hace falta, hasta el sabotaje. 

Aquí en España, José Luis Rodríguez Zapatero por un lado y la privilegiada cabeza de José Blanco por otro, han descubierto una nueva vía para la extensión rápida del socialismo. Piensan que, para conseguirlo, no hay más que tomar por tontos a los ciudadanos de “a pie”. Y es lo que vienen haciendo descaradamente desde marzo de 2004 y de manera más intensa desde 2007. Dejando a un lado el amaño de pruebas del fatídico 11M y la creación de otras falsas con muy aviesas intenciones, Zapatero se ha empeñado en considerarnos intelectualmente cortos y comenzó a protegernos,  con todo mimo, hasta de la misma verdad, sobre todo desde que se generalizó el crudo zarandeo de la crisis económica.

Las frases del presidente del Gobierno,  tan aplaudidas por sus acólitos, son sumamente elocuentes en este sentido. El 15 de enero de 2007, en una entrevista concedida a El País, nos dice sin ruborizarse: "Vamos a superar a Alemania en renta per cápita”. El 21 de agosto de ese mismo año se atrevía a decir que "España está totalmente a salvo de la crisis financiera". O lo que dijo el 11 de septiembre de 2007, en una intervención ante el Grupo Parlamentario Socialista: "haciendo uso de un símil futbolístico, se podría decir que España ha entrado en la Champions League de la economía mundial". Y como estas, Zapatero tiene otras muchas frases que indican claramente su convencimiento de que los ciudadanos españoles no andamos muy sobrados de luces.

No salimos mejor parados con el ministro de Fomento, José Blanco. En la entrevista que concedió el 1 de febrero pasado a la Cadena COPE, en su programa matinal, lo dejó bien claro. Defendió allí las extraordinarias bondades de este Gobierno que ninguno de los que le han precedido han sido capaces de igualar. Y es que, según dice, nadie ha aumentado el gasto social tanto como ellos. Oculta, sin embargo, que ese mayor gasto social es debido exclusivamente al escandaloso aumento del paro, lo que no creo que sea un motivo para enorgullecerse. También silenció el hecho bochornoso de tener en su haber el mayor recorte social de toda la historia de nuestra democracia. 

En cuanto al acuerdo alcanzado con los sindicatos y con la patronal sobre la reforma de las pensiones, nos dice que “es un acuerdo importante, de calado, que pone el acento en los temas que más preocupan a los ciudadanos”. Y además de garantizar con este acuerdo el sistema público de pensiones para los próximos 40 años, se solucionan los posibles problemas que pudieran presentar la negociación colectiva, la política industrial y energética y, como no, el plan de empleo  juvenil y las políticas activas de empleo. Pura palabrería. Y con palabrería no se reduce el paro juvenil que sobrepasa el 43%, ni se racionaliza la negociación de los convenios colectivos que van a seguir realizándose por sectores, en vez de por empresas como sería más lógico.

En dicha entrevista, José Blanco se deshizo en elogios para el esfuerzo realizado por el Gobierno del que forma parte. Nos dice que ha sido este el período  en el que más se han subido las pensiones. Oculta, claro está, que nunca antes en España se habían excedido tanto en recortes sociales, ni se les había ocurrido a nadie congelar las pensiones. Además echa cara al asunto y con el mayor descaro nos dice que este año se han revalorizado el 1,3% todas las pensiones. Es inconcebible semejante patraña, salvo que nos tenga por algo peor aún que por tontos, ya que, aunque José Blanco no anduviera sobrado de luces, sabe perfectamente que ese 1,3% es algo que se debía a los pensionistas por el comportamiento del IPC durante el año 2010.

El proceso que se ha venido siguiendo, sobre todo desde 1995, es muy claro. Puesto que, hasta ahora,  era obligatorio mantener el poder adquisitivo de las pensiones, la ley dictaminaba que la revalorización de las mismas debía producirse de manera automática, en función  de la evolución del Índice de Precios al Consumo (IPC), a través de formulas estables. Esto es, a principios de año las pensiones subían  en el porcentaje que el Gobierno estimara que iba a subir la inflación. A final de año, si había una desviación al alza en el comportamiento del IPC, era obligatorio compensar esa diferencia. Y esta compensación debía materializarse en una paga en el mes de enero del nuevo año por el importe perdido a lo largo del  año anterior. Y esa diferencia de mayor inflación hay que agregarla mes a mes a la paga mensual de cada pensionista. 

Y de noviembre de  2009 a noviembre de 2010, en vez del 1% que había previsto el Gobierno, la inflación se disparó hasta el 2,3%. En vista de lo cual, los jubilados estaban perdiendo cada mes un 1,3% de poder adquisitivo. El importe correspondiente al año 2010 fue hecho efectivo en una sola paga en enero de 2011. Pero además, para mantener el poder adquisitivo de las pensiones al finalizar 2010, era obligatorio aplicar, mes a mes, ese 1,3% a la pensión de manera definitiva. Así que, diga lo que diga José Blanco, esto no es una revalorización de las pensiones. Se trata de abonar unos atrasos que se debían a todos los jubilados. Una de dos: o somos rematadamente tontos, o es que en el Gobierno.se han pasado de listos.

Gijón, 7 de febrero de 2011

José Luis Valladares Fernández