lunes, 28 de enero de 2013

LA DESVERGÜENZA DE LA CASTA POLÍTICA


La desvergüenza de la clase política española no tiene límites. Hace ya mucho tiempo, que nuestros políticos se han olvidado del pueblo, se han apoltronado peligrosamente y han dejado de ser la solución a muchos de nuestros  problemas. Ahora, al igual que los sindicatos de clase que padecemos, han pasado a ser parte fundamental del problema que nos aflige. Y es que hay mucho golfo, mucho vividor desaprensivo, ocupando actualmente puestos de responsabilidad sin merecerlo, y que no buscan nada más  que vivir del cuento.

Nos está pasando como a los de la antigua República romana. Cuando tenían que cubrir algún alto cargo del estado, como cónsules, procónsules y gobernadores de una provincia entre otros, no escogían a los mejores y a los más dotados.  Seleccionaban siempre a miembros de familias distinguidas aunque fueran completamente inútiles. Por eso tuvo tanto éxito Espartaco que, siendo un simple esclavo, se rebeló contra el poder romano y, al frente de un indisciplinado ejército de esclavos, venció infinidad de veces a las legiones encargadas de capturarlo, poniendo de rodillas a la poderosa Roma.

Y en España sucede algo muy parecido. Al ciudadano español no se le da opción alguna de elegir a sus representantes políticos. Son las cúpulas de los partidos las que se encargan de hacer esa labor, obligándonos a optar exclusivamente entre un partido u otro. Y como pasaba con los romanos, muchos de los que van  en ellas, son hijos, amigos o familiares de quienes, siendo ya viejos en la política, aspiran una y otra vez a la reelección. Y la inmensa mayoría de los que llegan por primera vez a puestos de representación política y de los que llevan años en la vida pública no saben nada de lo que se cuece en el mundo de la empresa privada, ya que  ni han sido empresarios, ni autónomos y, ni siquiera, trabajadores por cuenta ajena.

Tenemos ya generaciones completas de personas que han llegado a la política sin experiencia alguna,  y sin que medien unas oposiciones o con algún otro tipo de prueba más o menos fiable. Si se hubiera aplicado convenientemente alguno de estos requisitos, nos hubiéramos ahorrado, por ejemplo,  un presidente del Gobierno tan inútil y tan nefasto como José Luis Rodríguez Zapatero. La gente nueva que llega, procede generalmente de las juventudes de los partidos políticos y suelen iniciar su carrera política a una edad muy temprana. Comienzan de concejales y, al cabo de muy pocas legislaturas, los tenemos ya de diputados.

lunes, 21 de enero de 2013

VIII.-La explosión del separatismo en Cataluña



Siempre ha habido algún grupo de locos, adscritos normalmente a una ideología izquierdista, que lucha por una independencia  absurda y poco menos que imposible. Se trata de grupos más bien pequeños, que actúan aisladamente y sin el menor apoyo popular. Van por libre, y ni siquiera les prestan cobertura los colectivos nacionalistas. Estos dicen que aspiran a un mayor autogobierno y a una autonomía más completa, cuando lo que en realidad les mueve es la posibilidad de hacer pingües negocios. Los independentistas en cambio se dejan llevar por un idealismo absurdo y dan continuamente la espalda a la realidad.

Hay veces que estos grupos minoritarios de separatistas, que persiguen una quimérica liberación nacional, reaccionan violentamente y no dudan en practicar el terrorismo para imponer su estúpido ideario. Es lo que ha hecho en Cataluña el antiguo grupo terrorista que, con el tiempo,  pasaría a llamarse Terra Lliure. Reivindicaban, como no, la disgregación de varios territorios pertenecientes a  España y a Francia para formar la famosa “nación catalana”,  libre y plenamente independiente de las ataduras francesas y españolas. Fundamentaban semejante exigencia en el falso dato de que, hasta 1714, Cataluña había sido siempre una gran nación, aduciendo a la vez motivos lingüísticos y culturales.

El independentismo como fenómeno de masas, al menos en Cataluña, es relativamente moderno. Este grupo separatista catalán comenzó a crecer después de la muerte de Franco, a la sombra de una transición democrática y una Constitución española, quizás demasiado contemporizadoras. Los responsables políticos del momento pensaron erróneamente que, haciendo concesiones a los nacionalismos periféricos, estos depondrían sus continuas exigencias y hasta acallarían, para siempre,  las voces de los que se atrevían a ir mucho más lejos y pedían la secesión de alguna región española.

lunes, 14 de enero de 2013

ESPAÑA ES DIFERENTE




Durante la larga etapa del franquismo, se utilizaron, con relativa frecuencia, distintos lemas como elementos meramente propagandísticos que condensaban y simplificaban la doctrina oficial del régimen. Se trataba de unos simples gritos patrióticos que, al igual que los símbolos nacionales, trataban de movilizar y enfervorizar a las masas populares. Se recurría también muchas veces  a estos lemas con el claro propósito de modelar y conformar interesadamente la mentalidad del pueblo, de acuerdo con unos patrones marcados desde el poder.

Allá por los años sesenta del pasado siglo, España rompe definitivamente con la economía autárquica y maltusiana e inicia una política  financiera y monetaria completamente ortodoxa y coincidente con la practicada en el mundo occidental. El resultado no se hizo esperar. Además de copiar el estilo de vida europeo, liberalizamos nuestro comercio interior y comienzan a menudear nuestros intercambios comerciales con el exterior, lo que nos reporta un crecimiento económico envidiable, desconocido hasta ese momento. Para afianzar ese desarrollo económico, se buscan nuevas fuentes de riqueza promocionando el turismo exterior. 

domingo, 6 de enero de 2013

VII.- CATALUÑA EN TIEMPOS DE FRANCO


La tribu catalanista, que creció y se fortaleció al amparo del Estado de las Autonomías,  ha propagado interesadamente el bulo de que Franco había proscrito el catalán y perseguía sin piedad a los se atrevían a utilizarlo. Y son muchos, dentro y fuera de Cataluña, los que se han creído semejante infundio. De ahí que nos encontremos a veces con personas que meten en el mismo saco al anterior jefe del Estado y a los actuales soberanistas cuando dicen: "se está haciendo con el castellano lo que en época de Franco se hizo con el catalán".

Es cierto que los nacionalistas, ante la dejación incomprensible del Poder central,  llevan ya mucho tiempo poniendo todo tipo de trabas a la enseñanza del español. Han impuesto un sistema de inmersión lingüística totalmente injusto con la intención perversa de marginar el castellano y hacer que desaparezca prácticamente de la enseñanza obligatoria. Han tenido incluso la desfachatez  de sancionar a los comerciantes por emplear el español al rotular sus establecimientos y sus servicios. Y Franco nunca hizo eso. Persiguió, eso sí, a los que  hacían un uso político del catalán y lo utilizaban intencionadamente como arma de construcción nacional, pero nunca al catalán como lengua.

Aunque los nacionalistas excluyentes han esgrimido profusamente esa acusación, nadie podrá encontrar documento alguno que nos demuestre que, durante el franquismo, se prohibió alguna vez expresarse en catalán. Si encontramos, sin embargo, abundantes datos que nos indican el apoyo incondicional del régimen a las manifestaciones culturales de dicha lengua. Ahí están, por ejemplo, los certámenes creados durante esa época para premiar obras escritas en catalán, lo que demuestra que no hubo inquina por parte de Franco contra el catalán. También hubo, durante esa época, multitud  de exposiciones de libros catalanes, organizadas por el poeta y crítico literario de Manresa, Guillermo Díaz Plaja.

Destacan, entre otros certámenes,  el “Rafael Campalans”, creado para premiar estudios sociales relevantes; el “Amadeu Oller” para poesía; y nada menos que tres certámenes, el “Folch i Torras”, el “Ruyra” y el “Sagarra”, para premiar obras de teatro. Hasta se creó el “Carles Cardó” destinado a premiar ensayos religiosos destacados. En 1945, por ejemplo, el régimen franquista contribuye con su apoyo, y la correspondiente subvención, al éxito de la celebración del centenario de Mossen Cinto Verdaguer, el llamado “Principe de los poetas catalanes”. En 1947 se concede el premio “Joan Martorell”, para novela escrita en catalán, a Celia Suñol y a María Aurelia Campmany.

Colaboraron con el franquismo personajes catalanes de la talla de Eugenio d’Ors que, en plena Guerra Civil, se traslada de París a Pamplona desde donde colaboró positivamente en la reorganización de las instituciones culturales del llamado bando nacional, en el que combatían sus tres hijos. Fue Eugenio d’Ors el que consiguió la recuperación de los fondos del Museo del Prado, que habían sido sacados de España por el  Gobierno de la República durante la guerra. Y durante muchos años, representó decorosamente al franquismo en los distintos foros culturales europeos. También José Pla, el escritor más leído en lengua catalana, abandonó apresuradamente la Cataluña republicana en septiembre de 1936, para regresar dos años más tarde a San Sebastián, que estaba ya en poder de Franco. Y en enero de 1939 entra en Barcelona formando parte del ejército nacional.

Ante el avance imparable de las tropas de Franco por Cataluña, y la huida precipitada del Gobierno de la República, se produce la gran desbandada del ejército republicano, completamente hundido y desmoralizado, camino de la frontera con Francia. La entrada en Barcelona del ejército nacional fue apoteósica.  En ninguna de las otras ciudades conquistadas hasta entonces hubo el entusiasmo desbordante,  la alegría y la cordialidad que en la toma de Barcelona. Una marea humana se echo espontáneamente a la calle para aclamar y aplaudir a unas Fuerzas Armadas que llegaban presumiblemente con pan  y con ley bajo el brazo.

Los conversos de última hora al anti franquismo, que comenzaron a aparecer a partir de la transición democrática, lo niegan categóricamente. Pero Franco fue recibido con vítores y aplausos en Barcelona en el desfile de la Victoria de febrero de 1939 y en todas sus posteriores visitas a Cataluña. Hay cantidad de documentos gráficos que lo atestiguan. Y Franco nunca olvidó esos recibimientos, como tampoco olvidó que Barcelona le dio  más voluntarios para la Guerra Civil que ninguna otra provincia española. Y supo agradecérselo sinceramente poniendo en marcha un colosal  programa de inversiones en Cataluña.

Por supuesto que trajo a raya a los catalanes rebeldes, empecinados en hacer política y  no porque quisieran precisamente una Cataluña independiente. Por razones obvias, no consentía veleidades peligrosas y enfoques políticos distintos a los suyos, ni a los catalanes, ni a los ciudadanos de las demás regiones españolas. Estaba aún muy cercana la terrible tragedia derivada del comportamiento totalmente irresponsable de los políticos de entonces, que llegaron hasta institucionalizar la violencia para conseguir por las buenas o por las malas sus propios intereses partidistas.

Es cierto que, a medida que pasaban los años y se alejaba el fantasma de la fratricida Guerra Civil, comenzaron a surgir antifranquistas ocasionales, sobre todo en zonas industriales y mineras. La estrategia era siempre la misma, en las provincias catalanas y en las demás provincias españolas. Trataban de introducirse clandestinamente en las estructuras mismas del régimen, sobre todo en el sindicato vertical. Y en esto eran especialmente maestros los comunistas. Buscaban la manera más efectiva de debilitar al franquismo, combatiéndolo desde dentro.

Mientras vivió Franco, hubo en Cataluña, como en toda España, algún que otro antifranquista ocasional, pero no muchos. El más significativo fue indudablemente el discutido monje Dom Aureli María Escarré, Abad del  Monasterio de Montserrat, convertido posteriormente en todo un mito del independentismo actual. La propaganda catalanista, además de como alguien de los suyos, nos lo presenta como un dechado de virtudes cristianas y monacales totalmente excepcionales. Hasta su mismo  lema abacial, propter domum Domini, podría hacernos pensar que vivió y trabajó exclusivamente para la casa del Señor.

Pero ni la propaganda interesada de los independentistas catalanes es cierta, ni concuerda su vida con  lo que reza su lema abacial. El Abad Escarré fue un monje benedictino tremendamente ambicioso y oportunista. Según cuentan otros monjes compañeros suyos, hasta se olvidaba con frecuencia de cumplir debidamente con su voto monástico de pobreza. Y más que un monje, preocupado por vivir íntimamente el Evangelio, parecía un falangista más de los que abundaban en aquella época.  Y por supuesto, era tan autoritario como ellos.

Por su ideología y por su manera de concebir la vida, no es de extrañar que se llevara muy bien  con los miembros del Gobierno de Franco, con quien mantuvo, durante un tiempo, una estrecha amistad.  Fruto de esa amistad personal con el anterior jefe de Estado fue la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio, que se le concedió en el año 1945. Pero la ambición desmedida del Abad Escarré no conocía límites y quiso convertirse en Cardenal Arzobispo de Tarragona, pretensión que mantuvo durante varios años. Y mientras llegaba y no ese nombramiento, se le antojó ocupar la abadía del Monasterio de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, cuyas obras estaban a punto de finalizar.

Pero Franco optó por el benedictino Fray Justo Pérez de Urbel, otro falangista bastante más fiable y mucho mejor preparado intelectualmente que el Abad Escarré, para hacerse cargo de esa nueva abadía. Fray Justo Pérez de Urbel formaba parte de los entresijos del régimen y, en aquel momento, era miembro del Consejo Nacional del Movimiento y procurador en las Cortes Españolas. El orgullo del abad de Montserrat no aguantó más. Despechado y lleno de rencor, inicia su etapa crítica con el franquismo con unas declaraciones explosivas en el periódico francés “Le Monde” del 3 de diciembre de 1963.  “Donde no hay libertad auténtica -decía-, no hay justicia, y esto es lo que ocurre en España”. Y agregaba: “No tenemos tras nosotros veinticinco años de paz, sino veinticinco años de victoria. Los vencedores, la Iglesia incluida, que fue obligada a luchar al lado de ellos, no ha hecho nada para acabar con la división entre vencedores y vencidos”.

A partir de esta fecha, las desavenencias de Aureli María Escarré con el régimen fueron en aumento y, al final, no tuvo más remedio que abandonar España y exiliarse a Italia. Esto fue aprovechado interesadamente por los disidentes franquistas de entonces para hacer del Abad Escarré todo un mito popular del catalanismo. Los nacionalistas de hoy día mantienen ese mito y nos le presentan como el más valiente de los separatistas catalanes. Obvian intencionadamente una frase suya, posterior a las polémicas declaraciones a “Le Monde”: “Los catalanes en gran mayoría, no somos separatistas. Cataluña es una nación entre las nacionalidades españolas. Tenemos derecho como cualquier otra minoría, a nuestra cultura, a nuestra historia, a nuestras costumbres que tienen su propia personalidad dentro de España. Somos españoles, no castellanos”. No niega su españolidad; dice simplemente que no es castellano.

Con la transición española a la democracia, se produce la mayor desbandada de eminentes  franquistas que aterrizan precipitadamente en el nacionalismo catalán más extremo, de corte claramente independentista. Fueron muchos los jerarcas  del régimen que,  acostándose franquistas, despertaron al día siguiente siendo consumados demócratas, prestos a ocupar puestos destacados en las listas de CiU o en las del PSC. Entre los que estrenaron nueva chaqueta ideológica con la transición, tenemos a Miguel Montaña, a Enrique Olive, a José María Coll, a Joaquín Molins López-Rodo  y a José Torras Trías.

Todos estos conversos fueron ampliamente premiados por Franco por su lealtad inquebrantable al régimen. Todos ellos fueron nombrados directamente por Franco alcaldes de Lérida, de Tarragona, de Sant Celoni, de Barcelona y de Badalona respectivamente. Todos ellos formaban parte del famoso Movimiento y algunos desempeñaron además el honroso cargo de procurador en las Cortes de Franco.

Gijón, 10 de diciembre de 2012

José Luis Valladares Fernández