miércoles, 20 de marzo de 2013

HACE FALTA ALGO MÁS QUE RECORTES Y PRESIÓN FISCAL



El pasado día 20 de febrero se celebró el Debate  sobre el Estado de la Nación. En dicho acto, aparecía en la pequeña pantalla un Rajoy serio y circunspecto, dispuesto a hacer frente a los problemas económicos que padecemos. Abrió el Debate del Estado de la Nación diciendo: "Nada de brotes verdes ni nubes pasajeras ni anticipos primaverales. La realidad social y económica de nuestro país es terriblemente dura y sobre esa base tenemos que cimentar nuestras actuaciones". Pasó revista a nuestra situación y dejo constancia de lo  “terriblemente dura” que era nuestra  realidad social y económica y señaló que pondría todo su empeño en “darle la vuelta” al drama del desempleo.

Fue siete días después, tras la sesión rutinaria de control al Gobierno, cuando pudimos ver en las pantallas de televisión a un Mariano Rajoy con un semblante moderadamente más exultante y relajado que el que vimos durante el Debate sobre el Estado de la Nación. Y es que, en esta ocasión puede dar una noticia francamente positiva: España cierra el año 2012 con un déficit público del 6,7% del PIB. Es cierto que sobrepasamos en cuatro décimas el objetivo del 6,3% que nos había marcado Bruselas, pero aún así estamos ante un resultado francamente positivo, ya que logramos reducir 2,3 puntos del PIB con respecto al año 2011.

En estos datos, por supuesto,  no está incluido el coste del rescate bancario, ya que no computa para cumplir los objetivos de déficit fijados por Bruselas. Y no incluyendo esa ayuda, la diferencia entre ingresos y gastos, durante el año 2012, arroja la cifra de 70.390 millones de euros, frente a los 95.266 millones de 2011. Lo que quiere decir que hemos reducido el déficit en casi 25.000 millones de euros  en tan solo un ejercicio. Esto supone un recorte muy próximo al 25,6% interanual.

Ese déficit del 6,7% del PIB, logrado a finales del año 2012, mejoró notablemente  lo que auguraba la mayoría de los analistas económicos. En todo caso, un resultado extraordinariamente positivo y alentador. Por administraciones, de acuerdo con los datos proporcionados por el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, el resultado sería este: la Administración Central cerraría el ejercicio con un déficit del 3,83%; las Comunidades Autónomas con el 1,73%; el déficit de las Entidades Locales llegaría al 0,2% y la Seguridad Social al 0,96% del PIB.

Es cierto que Mariano Rajoy y Cristóbal Montoro reconocen abiertamente que se alcanzó ese dato gracias al enorme esfuerzo y sacrificio de la sociedad y a las medidas adoptadas por el Gobierno. Pero no toda la sociedad contribuyó en igual medida para conseguir esa reducción del déficit. Han sido los de siempre, los ciudadanos de a pie, los que más privaciones tendrán que soportar. A los pobres, a los que menos culpa tienen, a todos aquellos que les sobra mucho mes al final de lo que cobran, se les obliga a ser aún más pobres, a caer en la miseria.

Los políticos, en cambio, han puesto muy poco y el Gobierno nada, ya que, en vez de repartir la carga reduciendo simultáneamente gastos, cargó todo el peso de la crisis sobre los que menos pueden, la sufrida clase media y trabajadora, subiendo brutalmente los impuestos y decretando recortes y más recortes. La restricción del gasto, por parte del Gobierno, se circunscribió prácticamente a las inversiones. Para hacer milagros de este tipo, no hacen falta poderes extraordinarios, los hace cualquier persona.

Además de la reducción del déficit, también son positivos los resultados de nuestra balanza de pagos y así ha sido reconocido unánimemente dentro y fuera de nuestras fronteras. Según datos aportados por el Banco de España, llevamos ya seis meses consecutivos de superávit de la cuenta corriente. Todo un éxito desde el punto de vista del sector exterior de la economía, ya que, durante el último año, nuestras necesidades de financiación del exterior han sido notablemente más moderadas que en los ejercicios anteriores.

En el año 2011, por ejemplo, el conjunto de la economía nacional tuvo que endeudarse en el exterior en 32.009,3 millones de euros. En 2012 en cambio, tan solo hemos tenido que pedir prestado al extranjero 1.689,3 millones de euros. Lo que indica que nuestra capacidad de financiación frente al resto del mundo ha mejorado considerablemente. Y esperemos que esa tendencia positiva de los últimos seis meses se consolide durante el año 2013. Los datos siguientes, proporcionados por el Banco de España el pasado 28 de febrero, son extremadamente elocuentes:


BALANZA DE PAGOS                                 AÑO 2011                        AÑO 2012
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Balanza Comercial. . . . . . . . . . . . . . . . .            -39.726,9                          -24.927,8

Servicios (Turismo, viajes y 0tros). . . .              34.240,0                           39.574,7

Rentas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .            -26.105,8                          -18.447,6

Transferencias. . . . . . . . . . . . . . . . . . . .               -5.904,4                            -4.457,2

Cuenta de Capital. . . . . . . . . . . . . . . . . .                5.487,8                             6.568,7

             CUENTAS CORRIENTE+CAPITAL.              -32.009,3                           -1.689,3


Estos datos nos demuestran que, durante el último ejercicio, España ha logrado reducir considerablemente su deuda exterior. Pero tenemos que reconocer que, al igual que en la reducción del déficit público, no se debe al Gobierno la mejora experimentada en nuestra balanza de pagos. Más bien, todo lo contrario, pues el sector público se endeudó, durante el pasado año de 2012, en más de 100.000 millones de euros. Hasta ahora, y a pesar de lo crítico de nuestra situación económica, las administraciones públicas han seguido gastando alegremente bastante más de lo que ingresan.

Ese beneficioso vuelco en la balanza de pagos tenemos que atribuírselo al sector privado. Han sido los hogares y las empresas los que han  realizando ese ajuste y están compensando meritoriamente los despilfarros de nuestros políticos. En España, durante años, hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades y hemos acumulado una deuda tan descomunal que ha llevado a nuestra economía al borde del desastre.

El sector privado llegó a la conclusión de que su sobreendeudamiento era francamente inasumible y que los números rojos, cada vez más altos, terminarían ahogando su economía. Había hecho saltar ya todas las alarmas. A mediados del pasado año su deuda estaba prácticamente  en el 160% del PIB. Y como sabe que el crédito privado no debe sobrepasar nunca del 110% del PIB, el sector privado comenzó a ahorrar para reducir tan elevada deuda. El sector público, en cambio, lejos de imitar la meritoria actuación de los hogares y las empresas, ha acelerado aún más ese endeudamiento.

De 2008 a 2009, con José Luis Rodríguez Zapatero al frente del Gobierno, es cuando nuestras cuentas públicas sufren el deterioro más vertiginoso e inquietante de nuestra historia reciente. Repasando los datos, vemos que el sector público, en 2008, gastó 48.897 millones de euros más de lo que ingresó, dejando el déficit público en el 4,5% del PIB. Pero en 2009, el gasto sobrepasó a los ingresos nada menos que en 117.143 millones de euros, lo que supone un 11,20% del PIB. El desfase entre ingresos y gastos comenzó a ser ligeramente más moderado en 2010 y 2011, pero aún así, en ambos años, el gasto superó a los ingresos en más de 100 millones de euros y un déficit publico por encima del 9% del PIB.

Cuando a finales del año 2011 Mariano Rajoy Sustituye a Zapatero al frente del Ejecutivo, y en vez de exigir responsabilidades, al menos políticas, a los miembros del anterior Gobierno, los condecora. Después, eso sí, se lamentará amargamente de la herencia recibida, que le obligó a olvidarse, al menos momentáneamente, de sus promesas electorales y a tomar unas decisiones tan drásticas con cantidad de recortes y con una presión fiscal desmesurada.

Pero por muchos impuestos y recortes que se impongan a los que producen, a los que a duras penas y a base de  enormes sacrificios han evitado el hundimiento total de la economía, no se soluciona definitivamente el problema. Hace falta algo más. Al igual que hemos pinchado la burbuja inmobiliaria y la burbuja financiera, hay que pinchar también la burbuja del sector público, aunque tengan que quedarse en la calle algunos amigos e incluso algunos conmilitones. Es inviable, económicamente hablando, nuestra estructura administrativa, multiplicando por diecisiete los diferentes organismos que la componen.

Sobran, por supuesto, muchas empresas públicas y, sobre todo, muchas fundaciones que no hacen más que comer dinero público. Y si Mariano Rajoy quiere de verdad recuperar  nuestra economía, tendrá que atreverse a pinchar también esta burbuja y simplificar la administración pública. Y ponerla, claro está, al servicio de los ciudadanos, y no al servicio de los partidos políticos como ha estado hasta ahora.

Gijón, 10 de marzo de 2013

José Luis Valladares Fernández

miércoles, 13 de marzo de 2013

NI RUBALCABA NI CHACÓN


Las veleidades soberanistas del primer secretario del PSC, Pere Navarro, han descolocado al incombustible Alfredo Pérez Rubalcaba, provisional líder del PSOE. Fue el pasado día 19 de febrero, cuando Pere Navarro abrió la caja de los truenos en la Cámara de Comercio de Barcelona y solicitó abiertamente, ante un grupo de empresarios, la abdicación del Rey Juan Carlos a favor de Don Felipe. Se trata, claro está,  de una simple ocurrencia que ni siquiera avalan los demás miembros de su propia formación política.

Con semejante andanada, además de poner en peligro el ya problemático entendimiento entre el PSOE y el PSC,  el líder de los socialistas catalanes dejó al pobre  Rubalcaba a plena intemperie en el momento menos oportuno, precisamente cuando estaba preparando su primera intervención en un Debate del Estado de la Nación. Esta salida por peteneras de Pere Navarro desconcentró a Rubalcaba y lo dejó totalmente tocado y sin argumentos para criticar con contundencia la actuación del Gobierno y de su presidente. Esto explica el lamentable papelón que hizo en ese debate el todavía secretario general de los socialistas españoles.

Y como las desgracias nunca vienen solas, Rubalcaba se encuentra, muy pocos días después,  con otra inoportuna pirueta del rebelde Pere Navarro. El pasado 26 de febrero se votaban en el Congreso dos propuestas de resolución, una de CIU y otra de la Izquierda Plural. Y en ambas se reclamaba el respeto al derecho a decidir de los catalanes e instaban al Gobierno a que autorizara la convocatoria de una consulta popular en Cataluña. El primer secretario del PSC y sus huestes, con la excepción de Carmen Chacón, desoyendo las pertinentes recomendaciones del PSOE, apoyaron unánimemente la celebración de esa consulta, siempre y cuando sea “legal y vinculante”.

Con esta postura perturbadora, los socialistas catalanes se reafirmaron, una vez más, en sus tesis soberanistas, y con este encontronazo con el PSOE, nos demostraron palpablemente que, al día de hoy, no hay ningún tipo de sintonía entre ambas fuerzas políticas. Y algo tendrá que ver en esta especie de divorcio entre el PSC y el PSOE, la falta evidente de liderazgo de Alfredo Pérez Rubalcaba. Y es que el secretario general de los socialistas no tiene tirón, carece totalmente del carisma y del don de gentes que utilizan los verdaderos líderes políticos para fascinar a las gentes primero, y arrastrarlas después.

Los líderes carismáticos no se hacen, como los buenos poetas y los pintores tienen que nacer. Los líderes prefabricados, los de diseño, como es el caso de Rubalcaba, jamás serán capaces de seducir  y de someter a nadie. Los que carecen de semejante don de gentes y del más mínimo atractivo personal, jamás serán capaces de ilusionar a nadie. Los advenedizos tendrás que apoyarse necesariamente en algún suceso extraordinario de tipo social, político o económico para enfervorizar a las masas y hacer que estas les obedezcan. Es lo que hizo precisamente Rubalcaba en vísperas de las elecciones generales de 2004,  utilizó el terrible atentado del 11-M para cercar primero las sedes del Partido Popular y después ganar las elecciones.

Esa ruptura de la disciplina de voto por parte de Navarro y sus huestes estuvo a punto de acabar con esa larga etapa de convivencia y entendimiento entre el PSOE y el PSC. Destacados miembros de ambos partidos confesaban abiertamente que la situación era insostenible. El mismo Alfonso Guerra, por ejemplo, estaba convencido de que la ruptura entre ambas formaciones era ya inevitable y que, en adelante, el PSOE tenía que desembarcar en Cataluña con sus propias siglas.

Aunque Rubalcaba se llevó un gran disgusto por la desobediencia y los desplantes de Pere Navarro, lo disimuló como pudo y trató de calmar los ánimos y de frenar los aires de ruptura que se respiran en el ambiente. Sabe perfectamente que, desde que abandonó el Ministerio de Interior, no le tiene miedo nadie, ni en el PSOE ni en el PSC, y cada vez son menos los que le respetan y obedecen. Así que, tratando de sobreponerse a semejante fracaso, recurre a lo único que sabe hacer, a pastelear con unos y con otros para jugar con ventaja la que probablemente sea su última baza.

Tratando de no armar mucho ruido, Rubalcaba acepta que se imponga una multa de 600 euros a todos los diputados del PSC por no haber acatado la disciplina de voto. Propicia igualmente  que José Zaragoza dimita de su cargo en la dirección del Grupo Parlamentario Socialista, pero no va más lejos. Quiere hacernos ver que se trata simplemente de pequeñas discrepancias con los socialistas catalanes, discrepancias que habrá que revisar cuidadosamente, pero nada más. Por lo tanto, no habrá ruptura y se mantendrá la relación y cooperación amistosa entre ambas fuerzas políticas.

Dice Rubalcaba que, en adelante, “El PSC debe consultar al PSOE cuando decida un tema sobre España y el PSOE debe consultar al PSC cuando decida un tema sobre Cataluña”. Con esta frase, el secretario general de los socialistas españoles se retrata y deja entrever que tiene una idea muy pobre de la unidad de España y de la igualdad entre todos los españoles. Pero esto, para Rubalcaba, tiene muy poca importancia. Es cierto que pretende cerrar, cuanto antes mejor,  el frente que le han abierto los diputados catalanes, pero solamente después de sacar el mayor provecho posible a las discordias que se han desatado en el seno del PSC.

La postura adoptada por Carme Chacón en la polémica desatada con la consulta soberanista catalana la indispuso con unos y con otros. Al mantenerse al margen en el pleno del Congreso, y no votar en contra  de la resolución de CIU y de Izquierda Plural, molestó a los del PSOE. Se enemistó igualmente  con el PSC al desmarcarse de sus directrices y no apoyar dicha resolución. Este comportamiento de la ex ministra Chacón fue calificado directamente por Pere Navarro como “poco leal”. Al reconstruir los puentes rotos, no es de extrañar que un personaje tan retorcido como Rubalcaba, intente deshacerse de la amenazante sombra de Carme Chacón, aprovechando ese distanciamiento de ella con el PSC.

De todos modos Alfredo Pérez Rubalcaba no gana para disgustos porque está viendo que, el camino hacia la Presidencia del Gobierno, cada día está más lejos. Es cierto que maneja muy bien la dialéctica y que comunica de manera bastante aceptable, pero pesa mucho su historia. De ahí que no cuaje ninguna de sus aspiraciones y crezca alarmantemente cada día el número de los ciudadanos que le rechazan. Según una de las últimas encuestas, Rubalcaba bate negativamente todos los récords: un 94% de los encuestados no se fía de él y un 87% cuestiona su labor de oposición. Hasta un 79% de los votantes del PSOE desaprueba su manera de liderar esa oposición.

Cada día está más claro que Rubalcaba no da la talla para presidir un Gobierno de España. Despertó muchas expectativas en un principio, pero que se han esfumando rápida y gradualmente con el tiempo. Abusó quizás  de la demagogia barata que suele utilizar la izquierda y también ha pesado mucho su pasado reciente y remoto. No es una buena carta de presentación el haber sido vicepresidente del Gobierno que nos llevó al  mayor desastre económico que se conoce. Y lo malo es que el PSOE, hasta ahora, no ha encontrado una alternativa mejor. Porque  Carme Chacón, que ha estado al acecho y tenía un buen número de valedores, sobre todo entre los socialistas catalanes, no es más que un mal bluf para esos menesteres.

Para asumir el cargo de presidente del Gobierno hace falta algo más que buena voluntad, que es lo único que nos ofrece la ex ministra Chacón. Podrá ser una buena secretaria general del PSOE, nadie lo duda, pero para presidir el Gobierno de España, hace falta algo más. Aunque tenga raíces andaluzas, y dejando a un lado si apoyó o no en su día a Pepe Rubianes, ha dado muestras, más que sobradas, de su exacerbado catalanismo. Y con ella al frente del Gobierno, volveríamos nuevamente al zapaterismo y todas sus acciones estarían marcadas por las ocurrencias más variadas y por la improvisación. ¡Que razón tenía Juan Carlos Ibarra, cuando dijo que “Chacón es Zapatero con faldas”!

Gijón, 5 de marzo de 2013

José Luis Valladares Fernández

miércoles, 6 de marzo de 2013

LOS POLÍTICOS A EXAMEN



Con la Revolución Francesa, desapareció en Francia la enraizada clase feudal y una nueva clase burguesa adquiere cada vez mayor poderío económico. Entre los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente, encargada de redactar la nueva Constitución francesa, había dos posturas enfrentadas. Estaban, por un lado, los defensores acérrimos del poder absoluto del monarca. Otros, en cambio, afirmaban categóricamente que  la soberanía nacional estaba siempre por encima de cualquier otra  autoridad, incluida la del rey.

El grupo de los partidarios de la monarquía tradicional estaba compuesto por nobles, grandes terratenientes y hasta por destacados miembros del clero francés. Representaban todos ellos a las clases privilegiadas y casualmente estaban sentados a la derecha del presidente de la Asamblea. El otro bando estaba compuesto por burgueses, artesanos, intelectuales y una amplia representación del pueblo llano. Pero entre estos, no había unanimidad, había dos facciones perfectamente definidas, los jacobinos que trataban de abolir la monarquía e implantar una república y los girondinos, bastante más moderados, que se conformaban con limitar el poder del rey, obligándole a someterse a los dictados de la Asamblea Nacional. Jacobinos y girondinos, mira por donde, se sentaban a la izquierda del presidente de la Asamblea.

Y así es como aparecen históricamente, por primera vez, los conceptos de derecha e izquierda para indicar la posición ideológica de los políticos. A partir de entonces, a los que propugnaban  cambios sustanciales en la sociedad se les comenzó a considerar de izquierdas, mientras que  a los inmovilistas, a los que se aferraban ciegamente a las tradiciones y se oponían a cualquier cambio social, se decía de ellos que eran de derechas. Por lo tanto, fue la Revolución Francesa la que acuño estos términos, estableciendo la clásica división política entre la izquierda y la derecha.
La situación política implantada en Francia por la Revolución Francesa continuó evolucionando de manera imparable. La igualdad de los ciudadanos y las ideas progresistas comenzaron a formar parte del patrimonio exclusivo de la izquierda. Siendo esto así, la izquierda tiene que defender prioritariamente los beneficios colectivos de la sociedad, aunque esto sea perjudicial para los derechos individuales y los intereses privados de los ciudadanos. El Estado tendría la obligación indeclinable de actuar con decisión para garantizar que esa igualdad sea completamente real y no simplemente teórica.

La derecha, en cambio, apadrinaría las ideas conservadoras y la defensa de la libertad de los ciudadanos y sus intereses privados. Los derechos individuales estarían siempre, como es lógico, por encima de los colectivos. El hombre como individuo tiene derecho a disfrutar de la propiedad privada,  a desarrollar sus dotes personales y su capacidad creativa. La derecha apuesta siempre por un Estado que intervenga lo menos posible, que promueva, eso sí, el empleo y el bienestar individual y social, pero respetando siempre, por encima de todo, la libertad de los ciudadanos.

Los términos de izquierda y derecha se mantuvieron invariables, tal como los heredamos de la Revolución Francesa, durante muchos años. Ser de derechas o de izquierda comportaba siempre una postura ideológica muy concreta ante la vida, que conformaba necesariamente la manera de ser y de pensar de las personas. Aquí en España, hasta bien entrado el siglo XX, los políticos eran previsibles. Conociendo sus ideas, sabias perfectamente cómo iban a actuar porque de aquella, al igual que algunos sacramentos,  la ideología imprimía también carácter y les impulsaba a obrar de una manera determinada.

 Pero con el paso del tiempo, la ideología fue perdiendo vigencia. Y llegó un momento en que tanto la izquierda como la derecha perdieron todos sus referentes tradicionales. Ya no es la igualdad lo que distingue a los de izquierda, como tampoco es la libertad la característica típica de la derecha. Ahora es la conveniencia o el interés particular lo que configura la forma de actuar de los políticos.

Las ideas y las convicciones pasan a un segundo lugar, dejando paso a la prosaica realidad, a lo que conviene en cada momento. Como para unos y otros, solo es verdadero lo que conduce al éxito, construyen la realidad de acuerdo con el interés particular de cada uno. Están plenamente convencidos de que la verdad,  más que un valor teórico, es una simple expresión para designar lo meramente útil, lo que te pueda satisfacer plenamente en ese instante.

No es pues de extrañar que los de la izquierda política moderen intencionadamente su discurso para conseguir votos en los caladeros habituales de la derecha. Y al revés, los de la derecha tradicional hacen lo propio para lograr adeptos entre los que se dicen de izquierdas. Nadie se puede extrañar por lo tanto de que inviertan los papeles y la opción política que antes defendía entusiásticamente la libertad, defienda ahora la igualdad y viceversa. Hoy día son opciones perfectamente intercambiables.

No hay más que ver lo que ocurre en los procesos electorales desde hace unos cuantos años para acá. Los mismos electores no siempre votan de acuerdo con su propia posición ideológica. Son muchas las cosas que influyen decisivamente sobre los ciudadanos para que se inclinen por una opción política u otra. La manera particular en que se vean afectados por la marcha de la economía y el bienestar social es determinante para que los electores cambien o no el sentido de su voto. Esto explicaría que unas veces se alce con  mayoría absoluta la derecha, y otras la izquierda.

La ideología es hoy día lo que menos cuenta para afiliarse a un partido concreto. Lo de menos es el credo político de la organización. Lo verdaderamente importante, lo que más se valora, es que haya posibilidades reales de medrar y de escalar peldaños en la función pública. No nos engañemos, los partidos políticos  han dejado de ser un medio al servicio del pueblo y se han convertido en un fin en sí mismos con grave perjuicio para la sociedad.

 Y los nuevos afiliados, lejos de entrar a formar parte de la militancia de los partidos políticos con ánimo de servicio, lo hacen para servirse a sí mismos y buscan descaradamente su promoción personal. Por eso se olvidan desde un principio de sus obligaciones con la sociedad y se esfuerzan por satisfacer los caprichos de los que manejan el partido para que se acuerden de ellos a la hora de elaborar las listas electorales cerradas. Por que eso es lo que vale para hacer carrera política y no su cualificación profesional, ni su capacidad de conectar con el electorado.

Y esta posición tan cerril y tan egoísta es lo que ha llevado  a la gente  a desconfiar de los políticos y que digan sinceramente   que “todos son iguales”. Porque más que solucionar los problemas cotidianos de la sociedad, se han convertido ellos mismos en un problema.

Gijón, 26 de febrero de 2013

José Luis Valladares Fernández.