lunes, 1 de julio de 2013

8.-Llevamos un rumbo equivocado

Hasta el propio Mariano Rajoy reconoce abiertamente que esta legislatura acabará, sobre poco más o menos, con 1.300.000 parados más que cuando el Partido Popular ganó las elecciones en noviembre de 2011. Para quitar hierro a tan catastrófica perspectiva, no duda en afirmar que "Estas previsiones pueden frustrar a mucha gente, los anhelos, los deseos, los sentimientos de muchas personas. Pero quiero decirles que el Gobierno sabe lo que hace y pronto empezaremos a crecer". Y añade sin titubear: "El Gobierno sabe adónde va, hay que tener paciencia y ser perseverantes".

Si el presidente del Gobierno está plenamente convencido de que, en esta legislatura, se van a destruir todos esos empleos y mantiene intacta su política de recortes y de subidas de impuestos, es que no sabe adónde va. Y si lo sabe y mantiene tales medidas, a pesar de augurar unos resultados tan catastróficos, es que quiere emular al poderoso conde Lozano, inmortalizado magistralmente por Guillen  de Castro en Las mocedades del Cid. En cierta ocasión, ofuscado por un tremendo arrebato de ira, el arrogante conde propinó una bofetada al anciano padre del Cid, don Diego Laínez. Y el conde, en vez de pedir disculpas para no enfrentarse directamente a don Rodrigo en una pelea a muerte, nos sale con estos versos:

                                     “Esta opinión es honrada:
                                     procure siempre acertarla
                                     el honrado y principal;
                                     pero si la acierta mal,
                                     defendella y no enmendalla”.

Es evidente que Mariano Rajoy ha arriado varias banderas que, durante años, han sido el santo y seña del Partido Popular. En vez de aplicar el programa tradicional de su partido, ha optado inexplicablemente por actuar como si fuera un consumado socialdemócrata. El descontento se fue apoderando, poco a poco, de la masa social que le dio su apoyo. El enfado y la desilusión se están apoderando también de una buena parte de los miembros de su propio partido.

O se cambia de rumbo o el desastre del Partido popular va a ser morrocotudo. Para poner remedio a tiempo, entra en escena José María Aznar, recomendando sin ambages a Mariano Rajoy que enderece el rumbo peligroso de su política y de su Gobierno y aplique su propio programa electoral. No dudó en afirmar que "Hace falta cuidar a las clases medias de este país y bajar los impuestos", y que “ahora” es más “urgente” que nunca emprender una reforma fiscal profunda. Y recordó seguidamente que en 1998 el Partido Popular acometió una reforma fiscal similar a la que hace falta ahora y bajó los impuestos, cosechando un rotundo éxito.


Pero Mariano Rajoy, como el contumaz conde y señor del castillo de Gormaz, está más por “defendella y no enmendalla” que por seguir unos consejos suficientemente razonables. En todo caso, fue incapaz de asimilar las recomendaciones que le hizo Aznar a través de Antena 3. Eso es, al menos, lo que dio a entender con su desabrida reacción, considerando totalmente inoportunas las palabras del presidente de honor del Partido popular. En vez de un consejo, vio en esas palabras todo un rejonazo o una puñalada trapera a toda su política económica.

La política económica de Mariano Rajoy, a estas alturas de la película, es sobradamente conocida. Su inveterada pusilanimidad le impide afrontar con garantía nuestro principal problema, la reforma y la simplificación definitiva de la desmesurada administración pública. No hay dinero suficiente para sufragar el gasto ocasionado por las 17 taifas autonómicas y con competencias triplicadas. Y a esto hay que agregar la enorme profusión de empresas estatales y de medios de comunicación públicos.  Cuando el Estado se dedica a desarrollar actividades que pueden desarrollar tranquilamente los particulares, sufre menoscabo la inversión productiva, se incremente notablemente el gasto público. Y esto se traduce en una mayor presión tributaria y, en consecuencia, en una manifiesta limitación del consumo.

La subida del IRPF fue indudablemente  un error garrafal de Mariano Rajoy o de su ministro de Hacienda Cristóbal Montoro. Necesitaban urgentemente dinero fresco para mantener intacta la inmensa torre de Babel que hemos levantado con la transición política y creyeron que subiendo este impuesto dispondrían automáticamente de unos ingresos extra. Pero la fiesta recaudatoria ha durado muy poco, simplemente de mayo de 2012 hasta el 1 de enero de 2013. El hecho es que, durante el primer trimestre de 2013, la Agencia Tributaria ha recaudado 853 millones de euros menos que en el mismo periodo de 2012.

Para explicar este fenómeno, Arthur Laffer utilizó, en 1974, una simple servilleta que, por su importancia, se conserva hoy día en una de las vitrinas de la Bookings Institution de Washington. Para demostrar gráficamente a Dick Cheney y a Donald Rumsfeld, que la subida de impuestos no supone necesariamente  una mayor recaudación, fue dibujando sobre ese papel la evolución de los ingresos a medida que se subían los impuestos.  El resultado fue lo que se conocería más tarde como la "curva de Laffer,  donde el eje X señalará el tipo impositivo, y el eje Y la evolución que sufrirá la recaudación.

No hace falta ir a Salamanca para comprender perfectamente que con una tasa de impuestos del 0% o del 100%, recaudaríamos 0 euros. Por lo tanto, entre un 0% y un 100% tiene que haber un tipo de gravamen que maximice los ingresos, y que está casi siempre, según Laffer, por debajo de las tasas de impuestos soportadas normalmente por los ciudadanos. De ahí que, mientras no se alcancen los niveles de resistencia e intolerancia tributaria, aumentará la recaudación. Pero en el momento que sobrepasemos dichos niveles, aunque nos empeñemos en aumentar los tipos, la recaudación deja de aumentar e incluso comienza a decrecer.

Las reformas fiscales introducidas por José María Aznar demuestran fehacientemente que  Arthur Laffer tenía razón. Además de haber servido para aumentar considerablemente  la renta de las familias, provocó también un aumento inesperado en los devengos fiscales. Para empezar, la recaudación por IVA prácticamente se duplicó, sin necesidad de subir ninguno de los tramos de este impuesto. El ejemplo más ilustrativo lo tenemos en la figura fiscal del IRPF. Se simplificó la tarifa de esta carga fiscal, reduciendo de 18 a 5 los tramos aplicables. El tipo máximo pasó del 56% al 55% y el mínimo se redujo del 20% al 15%. En total hubo una reducción estimada de  un 33% y, sin embargo, se recaudó un 50% más de lo habitual.

Pasó también algo parecido con el Impuesto de Sociedades, en el que se introdujeron algunas deducciones e importantes rebajas en los tipos de esta figura tributaria. Todo esto ocasionó   una subida importante del PIB per cápita y una aproximación de más de diez puntos en la convergencia con Europa. Por si fuera esto poco, se redujo la deuda publica española del 64% al 51% del PIB y el desempleo pasó del 24% a un 12%, lo que viene a demostrar que no es verdad que las rebajas de impuestos comporten un aumento del gasto público.

Ahora estamos desgraciadamente en el proceso contrario y, como admite ya el Ministerio de Hacienda, la subida del IRPF decretada por Mariano Rajoy ya no genera ingresos extra para las arcas públicas. Y es que el fisco español ha sobrepasado con creces el punto de inflexión señalado por Laffer, a partir del cual la recaudación comienza a decrecer. Como consecuencia de  esta sobrecarga fiscal, ha disminuido sensiblemente la renta disponible en los hogares españoles. De ahí ese colapso generalizado del consumo que tan negativamente influye en la marcha de nuestra economía.

Una presión fiscal excesiva favorece, además, que muchos contribuyentes reduzcan intencionadamente su actividad profesional, porque ven que ese esfuerzo suplementario va a parar íntegramente  a las arcas de Hacienda. De lo contrario, optará sencillamente por la evasión fiscal y el trabajo sumergido. Y a pesar de todo esto, el Gobierno persiste torpemente en el mantenimiento de esos tipos fiscales tan altos como regresivos. Lo más que se le ocurre a Rajoy, es pedir aún más paciencia a los ciudadanos. No se da cuenta que los contribuyentes españoles llevan ya cinco años apretándose el cinturón y son ya muchos los que ya no tienen sitio para hacer un agujero más.

La postura de Mariano Rajoy es totalmente suicida y, mientras no cambie de aptitud, la actividad económica no tiene posibilidad alguna de recuperación. Ante situación tan crítica, es normal ese toque de atención por parte de José María Aznar. No le pide nada del otro mundo. Sin alzar la voz,  le insta simplemente  que baje los impuestos, que cumpla el programa electoral y que no rompa el compromiso moral adquirido con los electores. Así de sencillo.

Gijón, 8 de junio de 2013

José Luis Valladares Fernández    

5 comentarios:

  1. Hola,José Luís:
    El chiste, muy bueno.Cierto además que Rajoy no es Aznar, que también acaba de hablar.
    Y los nuevos cientos de miles de parados se los están trabajando, por mal gobierno y falta de ideas.
    ¿Postura suicida la de Rajoy? Creo que sí. Totalmente.

    Un abrazo

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  2. Rajoy no ha cumplido ni uno solo de sus compromisos con un electorado que le dió la mayoría absoluta para que diese a España la vuelta, como a un calcetín. Él sabrá a que intereses sirve pero lo que está claro es que al PP les pasará factura.

    Claro, que no tanta como nos está pasando al resto de españoles..

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  3. ¡Ay esas 17 taifas de las que hablas!
    Parece como si hubieran adoptado la vieja máxima de Giuseppe Tomasi di Lampedusa: "Cambiar todo para que nada cambie" Eso sí, lo que deberían cambiar, ni tocarlo.

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  4. Llueve sobre mojado con este aprendiz de Zapatero.un saludo,

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  5. Los males del bipartidismo a la española. Rajoy sabe que sus votantes no se irán al PSOE y la debacle de este hace el resto. Lo que pierda no lo ganará el otro.

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