miércoles, 20 de agosto de 2014

“¡NO VAMOS A SER MENOS!”


Según Groucho Marx, “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Aunque el genial humorista trataba simplemente de hacer una frase graciosa, que nos hiciera reír,  sin pretender tal cosa, nos dejó una definición exacta de lo que es la política. Nuestros políticos al menos, por su forma de actuar, confirman plenamente la descripción hecha por Groucho Marx: se equivocan casi siempre al analizar los problemas que se presentan y rara vez aplican una solución adecuada.

Acertaron de plano, es cierto, en la manera de afrontar la transición democrática, instaurando sin mayores problemas el actual sistema parlamentario, aceptado unánimemente por las diferentes sensibilidades políticas. Para que los intereses sociales y económicos de los españoles no se vieran afectados negativamente, en vez de romper bruscamente con las instituciones del régimen anterior, las reformaron adecuadamente, manteniendo así la necesaria continuidad institucional para garantizar cierta estabilidad y no hipotecar el futuro. En un poema de Antonio Machado, escrito muchos años antes, nos deja unos versos que describen casi exactamente este proceso: 
                      ¡Qué importa un día!. Está el ayer alerto
                      al mañana, mañana al infinito,
                      hombres de España, ni el pasado ha muerto,
                      ni está el mañana —ni el ayer— escrito.

Pero los aciertos iniciales de nuestros políticos y su mesura ejemplar, tan alabada por los países de nuestro entorno, desaparecieron prácticamente desde el mismo momento en que iniciaron su andadura las Cortes Constituyentes de 1977. Uno de los primeros errores políticos, que ha enturbiado de manera evidente la convivencia pacífica de los españoles, data del 29 de septiembre de 1977. En esa fecha, por decreto y sin esperar a la redacción definitiva de la Constitución, el Gobierno de Adolfo Suarez restablece formalmente la Generalitat de Cataluña y crea el Consejo General Vasco.

En el referéndum del 15 de diciembre, los españoles aprobaron por amplia mayoría la Ley para la Reforma Política, propuesta por el presidente Adolfo Suarez. Y para que no quedara nadie al margen de ese trascendental consenso para articular la Transición Política, que uniera definitivamente a las dos Españas, quiso ganarse también a los nacionalismos vasco y catalán. Pensaba sinceramente que, dando carácter oficial al autogobierno de esas dos regiones y transfiriéndoles determinadas competencias, los que amenazaban frecuentemente con el separatismo, aparcarían de inmediato todas sus aspiraciones oportunistas.

domingo, 10 de agosto de 2014

EXPERIENCIA REPUBLICANA EN ESPAÑA

La República fue siempre muy nefasta para España y ha causado invariablemente numerosos problemas, todos ellos muy graves. La conflictividad originada por el régimen republicano ha sido siempre excesiva, excesivamente trágica y hasta traumática. Los que vivieron de cerca los deplorables acontecimientos que surgieron durante la vigencia de ambas Repúblicas, quedaron definitivamente vacunados contra el republicanismo. 

La I República Española inició su andadura en febrero de 1873, tras la abdicación de Amadeo I, y fue muy efímera, ya que no duró nada más que hasta el 3 de enero de 1874. El nuevo régimen se caracterizó precisamente por su desbarajuste continuado y su inestabilidad política. Sus cinco fugaces presidentes intentaron infructuosamente reconducir los destinos de la nueva República. Pero la falta de una base republicana suficientemente amplia y consolidada, la obcecación y la falta de escrúpulos de los responsables políticos republicanos, aceleraron la desaparición de la joven República.

Al instaurarse la República, fue elegido presidente Estanislao Figueras. Pero, como consecuencia la crisis económica que aquejaba a España, la proclamación indebida del Estat Català y la división interna de su propio partido,  fue apartado del cargo a los cuatro meses escasos de su nombramiento. Le sustituyó en la magistratura más alta del Estado Francisco Pi y Margal. El nuevo presidente de la República era un federalista convencido y convirtió a España en una República Federal. Esta decisión sirvió de estímulo al cantonalismo, que ya había hecho estragos en varias regiones españolas, sobre todo en Valencia, Murcia y Andalucía, y se desató seguidamente la fiebre disgregadora. Además de Cataluña, se declararon Repúblicas independientes varias provincias e incluso algunas ciudades. Es el caso de Valencia, Castellón, Málaga, Sevilla, Cádiz, Granada, Cartagena, Jumilla y Camuñas.

Con el federalista Pi y Margal al frente de la República, España entró en un proceso acelerado de desintegración nacional. Como consecuencia del desmadre institucional originado, se vivieron hechos sumamente insólitos y llamativos. La república de Granada, por ejemplo, declaró la guerra a la de Jaén, y la de Jumilla se envalentonó y amenazó a la de Murcia y a las demás “naciones” vecinas. Los cantonalistas de Cartagena fueron mucho más atrevidos y no se contentaron con declarar la independencia. Aprovechando el caos político del momento, tomaron el Ayuntamiento y, una vez dueños de la ciudad,  se apoderaron del arsenal y del puerto donde estaba amarrada casi toda la flota de guerra española, que utilizaron posteriormente para bombardear la ciudad de Alicante.

La evolución caótica de los sucesos, que llevó a España al borde mismo de la desintegración, además de provocar la dimisión del presidente Francisco Pi y Margal, contribuyó, cómo no, al derrumbe definitivo de la I República. Y como era de esperar, sirvió también para que aumentara considerablemente el número de conversos a posiciones más conservadoras.