Según Groucho
Marx, “la política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un
diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados”. Aunque el genial
humorista trataba simplemente de hacer una frase graciosa, que nos hiciera
reír, sin pretender tal cosa, nos dejó
una definición exacta de lo que es la política. Nuestros políticos al menos, por
su forma de actuar, confirman plenamente la descripción hecha por Groucho Marx:
se equivocan casi siempre al analizar los problemas que se presentan y rara vez
aplican una solución adecuada.
Acertaron
de plano, es cierto, en la manera de afrontar la transición democrática,
instaurando sin mayores problemas el actual sistema parlamentario, aceptado
unánimemente por las diferentes sensibilidades políticas. Para que los intereses
sociales y económicos de los españoles no se vieran afectados negativamente, en
vez de romper bruscamente con las instituciones del régimen anterior, las
reformaron adecuadamente, manteniendo así la necesaria continuidad
institucional para garantizar cierta estabilidad y no hipotecar el futuro. En
un poema de Antonio Machado, escrito muchos años antes, nos deja unos versos
que describen casi exactamente este proceso:
¡Qué importa un día!.
Está el ayer alerto
al mañana, mañana al
infinito,
hombres de España, ni el
pasado ha muerto,
ni está el mañana —ni el
ayer— escrito.
Pero los
aciertos iniciales de nuestros políticos y su mesura ejemplar, tan alabada por
los países de nuestro entorno, desaparecieron prácticamente desde el mismo
momento en que iniciaron su andadura las Cortes Constituyentes de 1977. Uno de
los primeros errores políticos, que ha enturbiado de manera evidente la
convivencia pacífica de los españoles, data del 29 de septiembre de 1977. En
esa fecha, por decreto y sin esperar a la redacción definitiva de la
Constitución, el Gobierno de Adolfo Suarez restablece formalmente la
Generalitat de Cataluña y crea el Consejo General Vasco.
En el
referéndum del 15 de diciembre, los españoles aprobaron por amplia mayoría la
Ley para la Reforma Política,
propuesta por el presidente Adolfo Suarez. Y para que no quedara nadie al
margen de ese trascendental consenso para articular la Transición Política, que uniera definitivamente a las dos Españas,
quiso ganarse también a los nacionalismos vasco y catalán. Pensaba sinceramente
que, dando carácter oficial al autogobierno de esas dos regiones y transfiriéndoles
determinadas competencias, los que amenazaban frecuentemente con el
separatismo, aparcarían de inmediato todas sus aspiraciones oportunistas.