sábado, 22 de noviembre de 2014

Y AHORA ¿QUÉ...?

El diputado del Partido Popular, Pedro Gómez de la Serna, en su afán de defender la indefendible, pretende hacernos creer que la jornada del 9N en Cataluña había sido “un fracaso absoluto”. En ese acto, según dice, hubo muy poca participación y “no ha habido garantías democráticas”, porque no había un censo fiable, ni interventores, ni neutralidad y ni tan siquiera unas urnas precintadas. Y en vista de esto, sin ponerse colorado, continuó su perorata afirmando solemnemente que el 9N se parecía más “a una manifestación de democracia orgánica” que a un acto cualquiera de los que se celebran en las distintas democracias occidentales.
Es verdad que se trata de un proceso participativo muy poco fiable y sin validez jurídica alguna. Pero, como reconoció María Dolores de Cospedal, se celebró “al margen de la legalidad”, tratando vanamente, eso sí, de privar a todos los españoles del derecho inalienable que tienen de decidir sobre su presente y sobre su futuro y sobre cualquier parte de España. En consecuencia, diga lo que diga Gómez de la Serna, fracasó de manera estrepitosa y lamentable el Estado de Derecho y, por supuesto, fracasamos todos los españoles.
No podemos entender que se organizara un simulacro de referéndum ilegal tan trapacero y felón como este y que Mariano Rajoy estuviera desaparecido durante toda la jornada y no hiciera nada para evitarlo. No podemos entender que se vulneraran tan claramente derechos fundamentales nuestros y que no encontráramos amparo en la Fiscalía. No podemos entender que se trasgredieran flagrantemente dos resoluciones recientes del Tribunal Constitucional y que éste no solicitara el auxilio jurisdiccional necesario para hacerlas cumplir. No podemos entender que  distintos jueces, ante un posible caso de desobediencia, de prevaricación e incluso de malversación de fondos, se negaran a tomar medidas cautelares para suspender la votación del 9N porque, según ellos, retirar las urnas sería una medida desproporcionada. No podemos entender que la policía o Mossos d’Escuadra no cumplimentaran la orden que tenían de identificar a los responsables de la apertura de los locales públicos donde tenían instaladas las urnas para la votación del 9N. No nos defendió absolutamente nadie.

viernes, 14 de noviembre de 2014

DIÁLOGO CON LOS CATALANES

         La llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a La Moncloa fue enormemente funesta y hasta  dramática para  casi todos los españoles. Enardecido con la inesperada victoria en las Elecciones Generales de 2004, creyó que, con su talante y su sonrisa simplona, podía mejorar las hazañas de aquel valeroso personaje de la mitología griega, llamado Jasón, que se atrevió a viajar a la Cólquida para traer de allí el vellocino de oro. Pero fue todo una vana ilusión. Con su desastrosa gestión de la crisis económica, dejó a España en la miseria más absoluta y sin posibilidades reales de recuperación en muchos años.

        No olvidemos que Zapatero, en las dos legislaturas que se mantuvo al frente del Gobierno, dejó  las arcas públicas hasta sin telarañas. Y además, duplicó el número de parados, alcanzando, al final de su mandato, la escalofriante cifra de los cinco millones de trabajadores sin empleo. En algo menos de ocho años, la tasa de desempleados, que estaba en el 10,74%, creció hasta el 22,85%. A finales de 2011, teníamos 1.575.000 hogares españoles con todos sus miembros en el paro, lo que es francamente escandaloso.. En esa fecha, superábamos prácticamente a todos los países europeos en paro y en casi todos los registros negativos. La cifra de parados  jóvenes, que alcanzó el 48,5% en diciembre de 2011, es especialmente escandalosa.

        Y Zapatero, en vez de buscar incansablemente la manera de mejorar esas estadísticas, se dedicaba a teorizar sobre el concepto de nación, y el de patria. Según su filosofía, el concepto de nación es algo “discutible y discutido”. Para el ex presidente de Gobierno Rodríguez Zapatero, el concepto de patria está totalmente desprovisto de cualquier componente emocional y no guarda relación alguna con los conceptos de familia, de padre o de tierra paterna. Para Zapatero, la patria es nada más que “la libertad, la convivencia, la justicia, la solidaridad y la igualdad”.

         Pensando así, no es de extrañar que, en la campaña a las elecciones catalanas de noviembre de 2003, nos saliera con aquel “apoyaré la reforma del Estatuto que apruebe el Parlamento de Cataluña”, que alborotó, aún más, el avispero del separatismo y el nacionalismo catalanes. Es normal que esta afirmación tan alocada e irreflexiva del jefe del Ejecutivo de entonces, indujera a los ponentes del nuevo Estatuto de Autonomía a buscar singularidades catalanas y a dar por sentado que ”Cataluña es una nación”, o también, por qué no, una auténtica “realidad nacional”.
       

sábado, 8 de noviembre de 2014

ALLANANDO EL COMINO A PODEMOS

Es indudable que Alfonso Guerra tiene una facilidad pasmosa para crear frases  lapidarias, profundamente mordaces y sarcásticas y, cómo no, tremendamente ofensivas. De todos modos, no siempre sus ácidas invectivas responden a denuncias concretas de hechos que, si no son políticamente delictivos, son al menos poco éticos y amorales. Muchas veces hierra el golpe, y otras, o se trata de un simple desahogo verbal, o busca intencionadamente desviar el foco de algo que le resulta incómodo.

El pasado día 16 de octubre, los prebostes del PSOE, capitaneados por Pedro Sánchez, conmemoraron el 40 aniversario de aquel Congreso clandestino que se celebró en Suresnes (Francia) en 1974. Y Alfonso Guerra aprovechó el evento para lanzar una diatriba, no sé si contra Podemos, o contra las televisiones que dan cancha a su indiscutible líder. El caso es que culpa de los éxitos de Pablo Iglesias a los medios televisivos que le llevan a  sus tertulias. Y lo hace con una frase tan directa como esta: "Hay televisiones que incuban el huevo de la serpiente".

Es muy posible que Pablo Iglesias, o Podemos en su conjunto, sea una auténtica serpiente y, sin lugar a dudas, de las más venenosas. Quizás sea verdad que las televisiones popularizaron excesivamente  la imagen de este impenitente admirador del bolivariano Hugo Chávez y de Fidel Castro, pero nada más. Son más bien los responsables de los partidos políticos tradicionales los que, en realidad, están alfombrando el camino con abundantes rosas a este nuevo caudillo nazi, al contemporizar con tanto trincón y manilargo

La corrupción política, en efecto, ha sido una constante a lo largo de toda nuestra historia y, de manera mucho más intensa, a partir de 1978, fecha en la que se aprobó la Constitución Española. Comenzó la serie, en tiempos de UCD, con la comercialización fraudulenta del aceite de colza y termina, de momento, con las famosas tarjetas opacas de Caja Madrid, pasando,  entre otros, por los GAL, Filesa, los fondos reservados, Luis Roldán y el caso Guerra, sin olvidarnos, claro está, de la Gürtel y del escándalo de los ERE en Andalucía, por citar exclusivamente los casos más importantes.

Los casos de corrupción, cuando son extremadamente graves, hasta pueden terminar pervirtiendo nuestro sistema democrático. Producen, eso sí, enormes estragos en la convivencia ciudadana y, por supuesto, terminan dejando sin credibilidad alguna a los representantes públicos,  que utilizan sus cargos para aumentar ilegalmente su fortuna personal.  Cuando la economía es boyante y los ciudadanos en general no pasan estrechez alguna, pueden llegar incluso a zaherir y denostar públicamente a los políticos desleales y deshonestos, pero nada más.