Cuenta
la leyenda que uno de los reyes míticos de la antigua Tracia, llamado Fineo,
abusaba constantemente de sus dotes proféticas y comunicaba a los hombres, sin
consentimiento alguno, los designios secretos de los dioses del Olimpo. Como
castigo por ese atrevimiento, Zeus lo confina en una isla y ordena a las
Harpías que le persigan implacablemente
y no le dejen comer.
Aunque
inicialmente las Harpías, según cuenta el poeta Hesiodo en su Teogonía, eran
unas mujeres muy hermosas, de adorables cabellos, para mortificar más a Fineo,
terminaron convertidas en auténticos monstruos alados, extremadamente
repugnantes, que tenían el rostro de vieja y el cuerpo de buitre. Cuando Fineo
intentaba comer algo para mitigar el hambre espantosa que padecía, las Harpías se
adelantaban y le robaban los manjares de su mesa, justo antes de poder
comerlos. Y Fineo, para librarse de tan execrables bestias, tuvo que acudir a
los argonautas que se prestaron a expulsarlas de allí si les indicaba el camino
de la Cólquida.
Y
si Fineo tuvo que soportar un doloroso viacrucis con las Harpías, los
ciudadanos españoles vamos camino del Calvario, llevando sobre nuestros
debilitados hombros la pesada cruz de un sistema tributario completamente
disparatado e injusto. Es cierto que en los impuestos indirectos, aplicados de
manera casi exclusiva a operaciones de producción y consumo, los Estados miembros tienen muy poco margen
de maniobra. Es la Unión Europea la que marca la pauta, para evitar cualquier
tipo de competencia desleal entre empresas y asegurar la libre circulación de
mercancías y la libre prestación de servicios. Afecta, entre otros, a impuestos
tan importantes como el IVA, los carburantes, las bebidas alcohólicas y el
tabaco.
No
es ese, sin embargo, el caso de los impuestos directos, que son los que se
aplican sobre la renta de los particulares, sobre el patrimonio y sobre los
beneficios que vayan acumulando las sociedades. En este caso, la Unión Europea
se mantiene al margen y deja que los Estados miembro fijen libremente, tanto
los tipos de impuesto que prefieran, como las cargas o gravámenes fiscales que imponen
al ahorro y a las supuestas plusvalías. Y España se ha excedido al exigir a los
ciudadanos unos impuestos claramente injustos y abusivos, que nos colocan al
frente de los países de nuestro entorno en presión fiscal.