sábado, 30 de mayo de 2015

LA PESADILLA DE LOS IMPUESTOS

Cuenta la leyenda que uno de los reyes míticos de la antigua Tracia, llamado Fineo, abusaba constantemente de sus dotes proféticas y comunicaba a los hombres, sin consentimiento alguno, los designios secretos de los dioses del Olimpo. Como castigo por ese atrevimiento, Zeus lo confina en una isla y ordena a las Harpías  que le persigan implacablemente y no le dejen comer.

Aunque inicialmente las Harpías, según cuenta el poeta Hesiodo en su Teogonía, eran unas mujeres muy hermosas, de adorables cabellos, para mortificar más a Fineo, terminaron convertidas en auténticos monstruos alados, extremadamente repugnantes, que tenían el rostro de vieja y el cuerpo de buitre. Cuando Fineo intentaba comer algo para mitigar el hambre espantosa que padecía, las Harpías se adelantaban y le robaban los manjares de su mesa, justo antes de poder comerlos. Y Fineo, para librarse de tan execrables bestias, tuvo que acudir a los argonautas que se prestaron a expulsarlas de allí si les indicaba el camino de la Cólquida.

Y si Fineo tuvo que soportar un doloroso viacrucis con las Harpías, los ciudadanos españoles vamos camino del Calvario, llevando sobre nuestros debilitados hombros la pesada cruz de un sistema tributario completamente disparatado e injusto. Es cierto que en los impuestos indirectos, aplicados de manera casi exclusiva a operaciones de producción y consumo,  los Estados miembros tienen muy poco margen de maniobra. Es la Unión Europea la que marca la pauta, para evitar cualquier tipo de competencia desleal entre empresas y asegurar la libre circulación de mercancías y la libre prestación de servicios. Afecta, entre otros, a impuestos tan importantes como el IVA, los carburantes, las bebidas alcohólicas y el tabaco.

No es ese, sin embargo, el caso de los impuestos directos, que son los que se aplican sobre la renta de los particulares, sobre el patrimonio y sobre los beneficios que vayan acumulando las sociedades. En este caso, la Unión Europea se mantiene al margen y deja que los Estados miembro fijen libremente, tanto los tipos de impuesto que prefieran, como  las cargas o gravámenes fiscales que imponen al ahorro y a las supuestas plusvalías. Y  España se ha excedido al exigir a los ciudadanos unos impuestos claramente injustos y abusivos, que nos colocan al frente de los países de nuestro entorno en presión fiscal.

sábado, 16 de mayo de 2015

EL MARXISMO Y SU EVOLUCIÓN

El concepto de  propiedad común no fue inventado ni por Karl Marx, ni por su amigo y colaborador Friedrich Engels. Las sociedades antiguas, al menos en el mundo clásico, estaban basadas precisamente en ese tipo de propiedad comunal. De aquella, nadie hablaba de propiedad privada, nadie disponía de riquezas propias. Todo era colectivo, todo pertenecía a la comunidad, incluso hasta el producto del propio trabajo de cada ciudadano. Y por supuesto, era esa misma comunidad la que, haciendo uso de los bienes de consumo,  se preocupaba de cubrir las necesidades particulares de cada uno de sus miembros.

Es el caso de los primitivos cristianos que, además de practicar escrupulosamente la comunidad de bienes, buscaban también la comunidad de personas. Todo lo ponían en común. Y aquellos, que tenían propiedades, las vendían sin más y entregaban el dinero conseguido a la colectividad. No se reservaban nada para sí, lo compartían absolutamente todo con inmensa alegría. Y era la comunidad, la que, después, daba a cada uno lo que necesitaba.

La evolución del concepto de propiedad ha sido excesivamente lenta. Las sociedades primitivas no conocían nada más que la propiedad común. Con el paso de los años,  desaparece el modo de producción esclavista y se abre paso el sistema feudal, aunque la propiedad real seguía siendo común. Las personas individuales, lo mismo que los gremios de artesanos, trabajaban o guerreaban únicamente para la colectividad. Pero lo hacían, eso sí, utilizando medios propios. Suyas son, faltaría más, las herramientas de trabajo, las armas, los artilugios para cazar y pescar y hasta los utensilios de cocina. No es de extrañar que, a partir de entonces, se hablase ya abiertamente de propiedad personal.

Pero aún estamos muy lejos de la propiedad privada propiamente dicha. Mientras estuvo vigente el feudalismo, los ciudadanos podían ocupar provisionalmente la tierra, pero sin adueñarse de ella. Por lo tanto, ni podían venderla, ni transmitírsela a sus herederos. Y esa restricción se mantuvo durante toda la Edad Media, ya que, de aquella, no poseían tierras nada más que el Rey y la Iglesia.

El feudalismo, es verdad, alcanzó muy pronto su máximo esplendor y desarrollo. Pero la clase dominante no fue capaz de arbitrar un sistema de producción fiable y eficaz que colmara satisfactoriamente su desmedida ambición. Y para  lograr su propósito y generar cada vez más ingresos, comienzan los señores a presionar descaradamente a los campesinos. Y muchos de estos trabajadores agrícolas, cuando esa presión se hace insoportable, abandonan la tierra y emigran hacia la ciudad, en busca de nuevos puestos de trabajo. Y así es como, a principios del siglo XIV, comienza a descomponerse progresivamente el sistema feudal.

domingo, 3 de mayo de 2015

ACABEMOS CON EL IMPUESTO DE SUCESIONES

Hemos tenido que llegar al final de la legislatura y estar a pocas fechas de unas nuevas elecciones municipales y autonómicas, para que el presidente autonómico asturiano, Javier Fernández, se haya dado cuenta de las numerosas deficiencias que presenta, en Asturias, el actual impuesto de Sucesiones. En declaraciones recientes a Onda Cero, reconoce que "hay cosas que mejorar" en dicho impuesto y promete solemnemente que, si gana las elecciones, en ningún caso se contabilizarán los primeros 150.000 euros, para evitar  los conocidos  “errores de salto”, que suelen producirse con relativa frecuencia. Y nos recuerda que, las herencias están completamente exentas de  cargos mientras no sobrepasen esos 150.000 euros, pero con un solo euro que pase, el heredero pasaría a pagar 18.000 euros.

Quizás estemos ante un simple señuelo del presidente asturiano para captar votos con vistas a las próximas elecciones municipales y autonómicas. Puede tratarse igualmente, de una de esas promesas que, como dijo el inefable profesor, Tierno Galván, ·”están hechas para no cumplirlas”. Y puede, por qué no, estar hablando en serio, y comprometiéndose formalmente con los asturianos. En cualquiera de los casos, el verdadero problema del impuesto de Sucesiones no está en esos absurdos “errores de salto”, que denuncia Javier Fernández. Tampoco está en la forma o la manera de gestionar ese impuesto. El problema es el propio impuesto de Sucesiones.

No olvidemos que, en España, las Comunidades Autónomas gestionan los impuestos de Sucesiones y Donaciones como les place, fijando cada una de ellas su baremo particular. Por lo tanto, es inevitable que el impuesto de Sucesiones sea mucho más alto en unas Autonomías que en otras, lo que da lugar a que haya españoles que se sienten fuertemente discriminados por razón de su residencia. Y mientras no se trate a todos los españoles de la misma manera y se eviten esos agravios comparativos, los ciudadanos pudientes cambiarán su residencia fiscal y, como sucede actualmente, serán frecuentes las deslocalizaciones de patrimonios y empresas, buscando siempre la región que  menos impuestos cobre.

Está visto que el fisco español es insaciable, y trata de sacar tajada hasta de la muerte de quienes, a base de sacrificio y mucho esfuerzo personal, lograron reunir un capital interesante. Y lo hicieron, cómo no, sin ninguna ayuda oficial, y sin que nadie les regalara nada, derrochando, eso sí,  grandes dosis de pasión y de amor para facilitar a los suyos un futuro lo más halagüeño posible. Y aunque, en su momento, pagaron religiosamente cuantiosos impuestos por todo lo que iban adquiriendo y ahorrando, resulta que, sus hijos y allegados más próximos, tienen que volver a pagar otra tasa fiscal desmesurada para heredar esos mismos bienes patrimoniales.