sábado, 23 de enero de 2016

¡QUE LE LLEVEN A UN PSIQUIATRA

Según una fábula mitológica de la antigua Grecia, el joven Ícaro era hijo de Dédalo, famoso arquitecto ateniense, y de una esclava llamada Náucrate. Su padre, que fue condenado al destierro por el tribunal del Areópago, tuvo que abandonar precipitadamente Atenas y se marchó a vivir a la isla de Creta. Y como en esta isla no había arquitectos y hasta escaseaban los escultores, el rey Minos II lo acogió en su reino con los brazos abiertos y  le ofreció, faltaría más, la posibilidad de residir en su propio palacio.
Y fue en ese palacio, donde fue creciendo el pequeño Ícaro, hasta convertirse en un intrépido mozalbete. Mientras tanto, su padre se dedicaba a crear verdaderas obras de arte, encargadas expresamente por el rey Minos, su protector. Entre esas obras, destaca precisamente el famoso laberinto, construido para encerrar al Minotauro y librar así a la isla de los sucesos que provocaba tan terrible monstruo. Se trataba de una construcción intencionadamente  llena de recovecos y de inextricables pasadizos para que, quien entrara o fuera encerrado allí, no pudiera encontrar jamás la salida.
Pero un buen día, el rey Minos II se enteró que el artista Dédalo estaba pagando con ingratitudes sus desvelos y su franca  hospitalidad. El padre de Ícaro se dedicaba secretamente a complacer los caprichos intrigantes y las andanzas apasionadas de Pasifae, la mujer del rey. Y para castigar semejante impostura y desfachatez, el  rey Minos encerró a Dédalo y a su hijo Ícaro en el laberinto, condenándolos a pasar allí el resto de sus vidas.
Y después de pasar allí cierto tiempo, el ingenio del ateniense Dédalo ideó un plan para escapar de aquel cautiverio. Simulando que quería ofrecer a Minos un regalo, pidió a sus carceleros que le proporcionaran cierta cantidad de cera y un número considerable  de plumas.  Cuando dispuso de todo ese material, comenzó inmediatamente a construir un par de alas para él y otro para su hijo Ícaro. Al terminar su trabajo, utilizando un arnés, adaptó a su espalda y a sus brazos su par de alas y, completamente satisfecho, comprobó que podía volar como si fuera un pájaro.
Equipó seguidamente de la misma  manera a su hijo. Y cuando ya estaban preparados los dos para huir volando, le aconseja, eso sí, que vuele con prudencia, que conserve siempre una altura conveniente. Que si volaba demasiado bajo, la humedad del mar mojaría sus alas y no podrías volar. Si se elevaba demasiado, el calor del sol fundiría la cera de sus alas, se desprenderían las plumas y terminaría cayendo al mar. Le pidió que evitara escrupulosamente cualquiera de esos dos extremos y que le siguiera sin vacilar.
      Y sin más, padre e hijo comenzaron a volar, elevándose por encima de los muros de aquella extraña prisión. Al principio, el vuelo de Ícaro era exageradamente tembloroso y vacilante. Pero poco a poco fue perdiendo el miedo y comenzó a coger nuevos bríos y a entusiasmarse con aquella insólita experiencia. La vista desde el aire era maravillosa y esto indujo a Ícaro a olvidar los consejos de su padre y a entregarse irreflexivamente al peligroso placer de volar. Sin tener ya miedo a nada, Ícaro vuela cada vez más alto. Y llegó a volar tan cerca del sol, que la cera comenzó a derretirse, se aflojaron las ligaduras que sujetaban sus alas y se desprendieron sus plumas. Entonces Ícaro ya no puede sostenerse en el aire y cae al mar, encontrando así la muerte.

domingo, 17 de enero de 2016

ESTE SÍ ES EL AUTÉNTICO PABLO IGLESIAS

Roma, se dirigió Cuenta la leyenda que Rómulo, nada más concluir con las labores de la fundación de confiadamente a los pueblos vecinos, con la intención de reclutar gente que accediera a instalarse en la ciudad que acababa de nacer. Pero esta iniciativa de Rómulo no tuvo mucho éxito. Aunque garantizaba a unos y otros que la nueva ciudad era el mejor sitio para vivir en libertad, tan solo respondieron a la llamada muchos prófugos y refugiados y toda clase de personas proscritas y desarraigadas, que arrostraban auténticos problemas de convivencia en las ciudades de donde provenían.
En principio, con la llegada de todo ese gentío, aunque en su inmensa mayoría no era muy recomendable, el fundador y primer rey de Roma se sintió extraordinariamente satisfecho  y, sin pérdida de tiempo, comenzó a poner en marcha las instituciones que se necesitaban para mantener la seguridad y el orden dentro de la nueva urbe. Entre esas instituciones, estaba el ejército y también los primeros Patricios o Senadores de la historia romana, que recibirán más tarde el honroso título de “Padres de la Patria”.
Pero la recién creada ciudad de Roma continuaba teniendo un problema extremadamente grave. La colonia romana estaba formada casi exclusivamente por varones y, si no encontraban mujeres rápidamente, el futuro de la ciudad estaba abocado al fracaso más absoluto. Para eludir semejante peligro y garantizar la viabilidad de la ciudad de Roma, Rómulo, y sus colaboradores más directos, decidieron utilizar el engaño, y hasta la fuerza, para conseguir mujeres. Con tal fin, organizaron una gran fiesta  con carreras de carros y banquetes en honor al dios Neptuno e invitaron a todas las poblaciones vecinas.
En la fecha programada para los festejos, los sabinos, que vivían en la cercana colina del Quirinal, comenzaron a llegar en masa, dispuestos a participar en los festejos programados. Tal como habían previsto los romanos, traían consigo a sus mujeres y a todos sus hijos. Y cuando muchos de los sabinos habían bebido ya más de la cuenta y otros estaban entretenidos compitiendo en los juegos, los hombres de Rómulo raptaron a todas sus hijas y, después, expulsaron de la ciudad a sus padres. Y esto es,  ni más ni menos, lo que pretende hacer Pablo Iglesias con los confiados españoles, dejando incluso muy pequeño al mismo Rómulo. El fundador de Roma cameló a los sabinos, para que disfrutaran  de aquellas  fastuosas fiestas, con toda su familia. Sus falsas promesas de amistad y buena vecindad ocultaban deliberadamente su verdadera intención de raptar a sus hijas.
No olvidemos que Pablo Iglesias comenzó su andadura política, escenificando ante el congreso fundacional de Podemos lo que escribió Marx a su amigo Kugelmann, cuando la Comuna tomó fugazmente el poder en Paris,  entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871. En dicho escrito, Karl Marx aseveraba que los parisienses estaban “prestos a asaltar el cielo” y  Pablo Iglesias completó la frase diciendo que: “El cielo no se toma por consenso, sino por asalto”.

domingo, 3 de enero de 2016

ALIANZA DE CIVILIZACIONES

Cuenta el poeta latino Ovidio, en su obra Las metamorfosis, que un rey legendario de Chipre, llamado Pigmalión, estuvo buscando durante mucho tiempo una mujer para casarse. Pero esa mujer tenía que ser absolutamente perfecta. Pigmalión era tan exigente, que no encontraba a ninguna que luciera todas las cualidades requeridas. Todas eran sumamente quisquillosas e imperfectas. Y como la búsqueda de esa mujer ideal resulto fallida, para  dulcificar en parte su frustración y disimular su fracaso, decide no casarse y dedicar todo su tiempo a modelar agraciadas esculturas. Así podría aliviar también su terrible sensación de soledad.

Comenzó a esculpir precisamente la estatua de Galatea. Y le salió tan bella y con rasgos tan perfectos, que no se cansaba de admirar su propia obra. Tan embelesado estaba con la efigie de Galatea, que se enamoró locamente de ella e imploró al cielo, por mediación de la diosa Afrodita, para que dieran vida y sensibilidad a su amada estatua. Sin saber aún si los dioses escucharían  su plegaria, Pigmalión se acerca a la estatua y, al tocarla, le pareció que estaba caliente. La vuelve a tocar y siente como si el marfil se reblandeciese y tuviera movimiento.

Asombrado ante semejante prodigio, Pigmalión no sabe todavía si está soñando, o está ante una gozosa realidad. Pero lleno de alegría, la besa y siente en sus labios la caricia de una piel suave y cálida. La palpa una y otra vez, la besa nuevamente y cada vez la siente menos fría, ve que palpita, que la sangre circula por sus venas. Vuelve a posar en ella sus labios y Pigmalión comprueba entusiasmado y lleno de alegría, que no está soñando y que aquello ya no es una simple estatua, porque advierte que ahora  puede verle y oírle. La apoteosis llegó cuando vio que aquella estatua que él había hecho, baja de su pedestal y se dirige directamente  a él con los brazos abiertos.

Algo parecido pasó con José Luis Rodríguez Zapatero en su etapa como presidente del Gobierno de España. El rey Pigmalión buscaba incansablemente una mujer perfecta y la encontró al final, aunque de rebote, en su propia obra escultórica. Zapatero, en cambio, buscaba afanosamente alguna ocurrencia especial que, una vez llevada a la práctica, le asegurara un puesto prestigioso y relevante en la historia. Y como su limitación intelectual no daba para más, buscaba la inspiración mirando al cielo, porque pensaba que, mientras contaba y supervisaba nubes, se le ocurriría algo nuevo y digno de mención.