viernes, 29 de abril de 2016

ASÍ NACE EL MOVIMIENTO DEL 15-M

Con la llegada de José Luis Rodríguez Zapatero a la Secretaria General del PSOE, la estrella de este partido centenario comenzó a mitigar su rutilante esplendor. Y se apagó totalmente cuando este errático personaje llegó a La Moncloa, a bordo de un tren despanzurrado. Es evidente que Zapatero llegó a la Presidencia del Gobierno sin saber lo que realmente es y lo que representa España y sin ningún proyecto coherente para dirigir con cordura el destino de los españoles. De ahí que todos sus actos estuvieran siempre marcados por la improvisación del momento o por alguna de sus ocasionales y peregrinas ocurrencias.
No es de extrañar que, durante su mandato, casi todas sus actuaciones políticas acabaran inevitablemente en un sonado fracaso. Y el desastre era aún mucho mayor, si se trataba de cuestiones económicas. A Rodríguez Zapatero, al menos mientras fue presidente del Gobierno, todo le salía mal y destrozaba todo lo que tocaba. Se parecía en todo al profesor Saturnino Bacterio, aquel famoso personaje del comic creado por Francisco Ibáñez, que daba disgustos monumentales  a Mortadelo y a Filemón con sus inventos.
Para empezar, tenemos una Administración Pública mastodóntica, con una carga burocrática asfixiante e insostenible que nos impide competir con los diferentes países de nuestro entorno, hasta en circunstancias completamente normales. Y la situación se agrava considerablemente,  si tenemos que hacer frente a una crisis económica, como la que aún estamos padeciendo. Esta crisis económica, es verdad, se gestó en Estados Unidos, con la bancarrota, en agosto de 2007, del banco de inversiones Lehman Brothers y la aseguradora AIG. Pero no tardó mucho en dar el salto al resto de países, incluidos, claro está,  los europeos.
La recesión provocada por esta crisis económica no llega a España hasta bien entrado el cuarto trimestre de 2008, unos meses más tarde que a los demás países de Europa.  Pero, eso sí, en ningún otro sitio de la eurozona fue tan perjudicial  y dañina como en España.  Y todo porque Zapatero, aconsejado quizás por algún economista de vía estrecha, quiso paliar los efectos de la crisis, con las medidas anticrisis que aplica habitualmente la corriente keynesiana: aumento indiscriminado del gasto, expansión del crédito y, por supuesto con subvenciones a gogó.
Como era de esperar, el desastre económico adquirió, en muy poco tiempo, proporciones escandalosas. Comenzaron a disminuir ostensiblemente los ingresos públicos y, como los gastos continuaron creciendo sin control alguno, se disparó el déficit y la deuda pública alcanzó rápidamente cotas insoportables. Esto, como es lógico, ahuyentó a los inversores y desaparecieron, sin más, los posibles prestamistas. 

martes, 12 de abril de 2016

LA NUEVA PLAGA LAICISTA

Hasta ahora, la Iglesia católica ha venido actuando con cierta soltura y comodidad dentro del marco señalado por la Constitución Española. Es verdad que, su artículo 16.3, especifica claramente que “ninguna confesión tendrá carácter estatal”. Pero para que no queden dudas, añade a continuación: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia  católica y las demás confesiones”.
En dicho texto, queda ampliamente consagrada la libertad religiosa y se mantiene  la aconfesionalidad del Estado, garantizando, a la vez, una cooperación específica “con la Iglesia Católica" ante todo, y también, faltaría más, con “las demás confesiones”. Y esto, al parecer,  origina auténticos ataques de erisipela a  toda la izquierda española. En consecuencia, no es de extrañar que, hasta los más moderados, procuren excluirla totalmente del ámbito de lo público. Y los más radicales, los que militan en la ultraizquierda, traten incluso de destruir hasta la misma posición social y cultural de la Iglesia.
Una buena parte de esa gente de izquierdas, cuando aborda algún tema de religión, imita claramente a  Tifón, aquel monstruo mitológico de la antigua Grecia, hijo de Gea y de Tártaro, cuando se enfrentó violentamente a Zeus. Y todo, porque Zeus, para proclamarse  rey de los dioses, tuvo que luchar contra los Titanes a los que derrota y encierra en lo más profundo del Tártaro. Entonces Gea, que estaba resentida por la derrota de los Titanes, lanza a Tifón contra Zeus para destruirlo, pero es Zeus, una vez más, el que gana la batalla y confina al monstruo Tifón bajo el monte Etna, y se constituye en rey absoluto de los dioses.
El Estado aconfesional, es verdad,  no asume como propia ninguna religión en concreto. Pero esto no implica, en modo alguno, indiferencia, ni hostilidad contra ninguna de las distintas confesiones religiosas. Y hasta es muy posible que valore positivamente el hecho religioso y que, incluso, colabore económicamente con alguna de las distintas confesiones religiosas. En un Estado laicista, sin embargo, la religión es algo meramente personal y privado, y no tiene cabida ni en la escuela, ni en ningún otro espacio público. Es más: en muchos casos, no se reconoce ni el derecho fundamental a la libertad religiosa.
Según la Constitución de 1978, España es, al igual que la mayoría de los países europeos, un Estado claramente aconfesional. Y como era de esperar, valora positivamente el hecho religioso, y de una manera muy especial el catolicismo. El artículo 27.3 de la misma es meridianamente claro: ''Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones''.