Cada vez que veo en televisión a Pablo
Iglesias o a cualquier otro elemento de su variada y pintoresca chusma, termino
pensando ineludiblemente en el gigantón Diómedes (Διομήδης), aquel mítico rey
de la antigua Grecia, que regía con mano dura los destinos de la tribu tracia
de los bistones. Todo un personaje siniestro, fanático y extremadamente
violento. Y el chantajista Pablo Iglesias no se queda atrás. Además de
comportarse como un vulgar matón de barrio, presume de ser un macho alfa,
dispuesto en todo momento “a romper la boca” a quien se atreva acosar a alguien
de su grupo.
El malvado rey de los bistones
era dueño de cuatro yeguas salvajes, que vomitaban fuego y se servía de ellas
para atemorizar y amedrentar a todos sus vasallos y servidores. Las mantenía
atadas con grandes cadenas de hierro en sus establos y disfrutaba viéndolas
devorar a los extranjeros que llegaban
confiadamente a sus dominios, y también a algún que otro súbdito díscolo que desobedecía
sus órdenes.
Al tratarse de un hecho tan
insólito y excitante, no tardó mucho en saberse, en los demás reinos de la
zona, que Diómedes alimentaba a sus cuatro yeguas antropófagas con la carne de
esa pobre gente desprevenida e incauta. La reacción de Euristeo (Εὐρυσθεύς),
flamante rey de Micenas, fue prácticamente inmediata y, sin pérdida de tiempo, encargó a
su primo Heracles (Ἡρακλῆς), Hércules en la
mitología romana, que se desplazara a
Tracia y capturara a esas cuatro despiadadas bestias.
Adiestrado debidamente en el manejo de las armas por el
boyero escita Téutaro, Heracles ya había demostrado que tenía más valor y
arrojo que nadie para realizar operaciones tan arriesgadas como esa. Este héroe
tebano, de aquella, ya se había enfrentado al monstruoso león que tenía
aterrorizada a toda Nemea y a las
localidades vecinas. Como dicho león tenía una piel tan gruesa y
totalmente impenetrable para las armas, Heracles lo acorraló en su cueva y lo
estranguló con sus propias manos. También había librado a Lerna de la
terrorífica y espeluznante hidra que
asolaba sus tierras, cortándole sus siete cabezas de un solo golpe.